Llueve...
Llueve, a mi memoria llega
mi estancia en aquel sórdido lugar…
Viene a mi mente aquel
hotel. Aún tengo el aroma de su semen aquí, el color cálido de las paredes de aquel
cuarto aún me aturden, me ciegan. De aquella tarde su tanga anaranjada es lo más
presente, lo más vivo y lo más grotesco que recuerdo. Sé que me lo pediste, tú
como mi mejor amiga me pediste que lo hiciéramos los tres. Recuerdo que fue en
la facultad, sí ahí por la fuente, con tu pierna cruzada y tu café que
terminabas sorbo a sorbito, me lo pediste. Hablábamos de nada, como siempre. Te
había elegido como mi amiga, tenías todo mi amor y compromiso, nada nos
separaría me prometí cuando Héctor me dejó por una golfa grupi. ¿Recuerdas?
¿Cuántas veces me pendejeaste? Mi relación era agobiante: “Deja de ver a ese cabrón” –cuantas veces lo
dijiste-. Aquello terminó mal, muy mal, prometí no perderte como mi única
amiga. Y ahí estabas hablándome sobre Dugor, tu romance de estanquillo, me
emocione cuando supe que te enamorabas, ¡eso me hizo feliz!
Llueve, parece que
existe una danza de horas que moja mi pasado...
Aquel hotel. Su
horrendo aroma a perfume barato. Desde ese día supe de lo agudo de mi olfato.
Aquel aroma barato se asoció con el aroma de la entrepierna de Dugor, lo
recuerdo bien, aunque cerraba mis ojos no me concentraba, no lo lograba hacer.
A veces me digo que soy endeble con mis amistades. Me lo dijiste de pronto,
así, no te gustaría hacer un trío con Dugor y conmigo. Me dejaste con la boca
abierta, es cierto, sé que mi educación sexual fue dada en parte por la
cantidad de pornografía que consumía cuando mis padres no estaban en casa, pero un trío
era otra cosa. “Piénsalo” -me dijiste como si me ofrecieras un empleo de medio
tiempo.
Llueve, poniéndome nostálgica
llega el llanto que no puede ser socorrido por el olvido...
Tocaste mis manos y
abrazadas salidos del baño, él nos
esperaba en la cama, su tanga, la tengo
aquí en mi memoria, como una horrenda pesadilla exorcizada por una mala
película protagonizada por David Reynoso. “Ven bufis” –te dijo Dugor-, con esa sonrisa
que mostraba sus alineados dientes. Tomabas mi mano cuando te acercaste a él.
Un poco de miedo, un poco de excitación me cubría. Tu baby doll negro
contrastaba con la blanca piel de tu cuerpo. Te dijo una guarrada, luego otra y
terminó con muchas más, cuando me vi envuelta en caricias que venían de
cuatro manos que sabían eran tuyas, tan sólo me abandoné a éstas sensaciones
que siempre terminan esclavizándome. Con mis ojos cegados besé tus
labios, él besó mis labios, mordisquearon mi pezones, mi piel era de ustedes,
ustedes eran mi piel.
Llueve, el deseo viene
aletargado por tu amistad, por tu cálida sonrisa...
Aún percibo en mis manos su miembro, cálido y
venoso, aún está aquí esa sensación: sentir como entraba y salía su miembro mientras me besabas. ¿Quién era
aquel? !Que no era! que configuré por ti. Esa su parte en forma
de gancho me colocó en un mar de gritos que no pararon hasta que tu besaste su
boca, ahí llegué tendida a ese deseo que era abandono. La noche se alargó, sin
su tanga anaranjada, que arrojé por la ventana. La noche nos cobijó con nuestros aromas, con
el río de gritos que fuimos, que nunca olvidaré que fuimos. “!Buenas noches!”
–dijo él, nos abrazamos quedando dormidas, escuchamos durante la noche puertas
que alguien cerraba y abría hasta muy entrada la mañana.
Llueve, tu generosidad aún
la tengo presente, sacude mi vida...
“¿Te gustó?” -Me
preguntaste. Platicamos por horas, sobre el encuentro, como si nuestra
complicidad se ahondará más y nuestro entendimiento del mundo se redujera a un
encuentro sexual que nunca supe de nosotras. Pero te dije claramente que
aquello era más bien de ustedes, que no contarás conmigo para futuros
encuentros sexuales. A partir de aquel día las cosas no cambiaron para
nosotras, ese encuentro nos había unido,
supe que serías mi amiga por siempre. Un mucho de complicidad se alojó
con la lluvia. A quien por ratos no
soportaba era a Dugor, si bien fue la única vez que lo hicimos, algo en sus
guarradas me perturbaban sobre manera, no sé con precisión que era, quizás era
esa sonrisa que se transformó en una mueca sórdida, o era aquel recuerdo de su
tanga naranja que no puedo borrarla de mi recuerdo.
Llueve, el cielo se
tuerce en su tristeza…
El color morado me gusta en mis uñas. Aquel día en que Dugor y yo fuimos a la facultad de ingeniería
no pudiste ir, o no lo sé, sí no quisiste ir. Dugor me dijo que esas uñas iban
con el baby doll que usaste aquel día. Recuerdo que llovía tanto que me
resfríe, dejé el suéter en la biblioteca y claro, me enfermé. Fue el principio
de mis dolencias respiratorias, que se sumaron a la infección de mis vías
urinarias. No recuerdo que él me molestara más, con algún comentario sexual. Me
llamaste en la noche para repetirme que lamentabas no habernos acompañado. Te
tranquilicé, no estuvo tan buena la obra de teatro: “sí, me lo dijo Dugor”
–dijiste.
Llueve, las horas no ponen
en su lugar mi mente..
Terminaba el semestre,
la temporada de lluvias había llegado, o no se iba, no lo sé. Las cosas
comenzaron a enrarecerse, Dugor me hacía comentarios guarros precisamente
cuando tú estabas ahí, la primera vez lo pasé por alto, me pareció chistoso y
casi divertido. Pero algo me incomodó, así que tuve que huir de ambos, estaba
contigo cuando estabas sola. Así terminaron mis exámenes, vendrían las
vacaciones, mucho tiempo para leer, para mortificar a mi madre con la luz de mi
cuarto encendida hasta muy tarde. “Qué bonita liz” –me decía mi madre-.
Llueve, ni los brujos
pueden sublimar mi confianza doblegada...
Era agosto, leía con
devoción a Cortázar, las horas pasaban entre apapachos de mi madre y café. Me
llamaste para decirme que me querías ver, si podía esa noche, respondí
afirmativamente, quedamos de vernos cerca de aquella paletería. Una noche antes
me llamaste para contarme de lo desquiciante que era vivir con Dugor, tenía mes
y medio que no nos veíamos, mucho menos nos llamamos. Me puse mis botas y salí dispuesta a enfrentar el
vendaval que ahogaba a la ciudad.
Llueve, mi gesto te
buscan pero todo es en vano…
Llegaron en un carro.
Con un gesto me recomendaste subir. Subí. Dugor lucía más extraño de lo normal,
ido y con un rostro tan rojo que me recordó un guiso de mi madre. “¿Qué onda?”
Salude besando tus mejillas, hice lo mismo con él. Algo me perturbaba. La
lluvia arrecio. Tuvimos que gritar para escucharnos, pues el golpeteo de las
gotas de agua sobre la carrocería impedía una buena comunicación. De pronto
salió el tema de aquella noche en el hotel, intenté despedirme, me convenciste
de quedarme, ustedes estaban tan excitados no entendía el por qué de su
frenesí, imaginé que algo se había metido, sus rostros estaban desencajados y
un acento inusual en tu hablar, me hiciste pensar que eras una desconocida.
Llueve, con cuanto
ahínco sigo buscándote…
Me convenciste de ir a
un hotel con ustedes. Adentro les dije que yo no participaría. Aquello pareció
impactarles más, besándose con más deseo y pasión. Mientras decidí tomar una
cerveza del six que llevaban. Se desnudaron, pasó por mi mente que no debería
estar ahí. Así que me levante y me despedí. No sé como me alcanzaste
golpeándome en la frente, me fui de espaldas y caí de sentaderas. Mi espalda
empezó a arder y mi cuerpo no reaccionaba, comencé a llorar. Dugor envolvió tu
cabeza con una bolsa de plástico. No recuerdo más, me desvanecí.
Llueve, mi vida se
convirtió en un sueño desesperado...
“Señorita”, “señorita”,
me despertó un oficial de seguridad pública. Vi tu cabeza que colgaba de la
cama, tu cabello, tu cabello inerte con aquel tinte que yo misma te unté.
Comencé a gritar. Me desvanecí nuevamente, como queriendo ausentar de una
decisión que no era mía. Desperté nuevamente en la oficina del Ministerio
Público. Todo mi cuerpo reaccionaba, pero también temblaba, temblaba por lo que
sentía se avecinaba.
Llueve, como si fuera
la última vez que cayera agua...
Recuerdo que llegó la
Ramona: “¿Qué pedo pendeja?” llegó
manoteando, “sabemos que no tienes madrina, aflojas o te lleva la chingada”. La
tarde que llegué a este centro de readaptación fue el principio de una purga
personal, nada de purgas sociales. La Ramona tenía su séquito de mujeres-amantes, yo era de las
favoritas, pero eso no evitó que una noche cuando se metió una cantidad
desmedida de coca y alcohol me rentara por una noche con la celadora en turno.
La odie desmedidamente, al día siguiente la Ramona me pidió perdón, por
supuesto la mandé a chingar a su madre, desde ese día no la he dejado tocarme. Ha tenido cuidado de encerrarme en
nuestra celda cuando tiene sus excesos de todo, para que no ande haciendo pendejadas conmigo,
le he advertido, “una más y te vás a la mierda culera, no soy tu pendeja”.
Llueve, con tu ausencia
que fue imagen…
En esta celda siempre
se inunda el piso cuando llueve. Ramona ha prometido que me cambiará, pero algo
anda mal, sus influencias están desapareciendo. Dicen que los de arriba la
traen contra ella, yo sé que otras viejas están jalando más con su cuerpo y
tiran más dinero de lo normal, por lo que anulan el poder de la Ramona. Ya le
advertí, te apendejas y mis tetitas no podrás ni tocarlas. Pero todo es en
vano, cada vez se pone difícil la situación. Ayer llegó la pitufa, poniéndonos sobre aviso: “una pendejada más de la Ramona
y se las carga la chingada”. Hace unos
minutos llegó nerviosa la Ramona, “mi lis” tendrás que hacer un servicio fuera
de la cárcel.
Comentarios
Publicar un comentario