Viaje a centroamérica


Una forma de comunicarme contigo,
es escribiéndome.


El espacio tenía mayor número de precariedades. Contábamos con excusados viejos, limpios sí, pero muy viejos. La humedad de Honduras los hacía mohosos, con un aroma muy peculiar, en extremo los aromas fluían como una emanación ardiente, como ventosas cálidas que se plagaban a las orillas de los arboles, con ese verde sempiterno. Definía cada aroma que surgía de las calles, había estado en lugares húmedos, pero como aquí ninguno. El aire acondicionado siempre presente, era una pesadilla para las personas que viajábamos de zonas templadas, donde solo en inviernos crudos necesitamos esto artilugios.

Entiendo que todos los centros escolares y de investigación son diferentes, incluso donde yo trabajo. Incluso, cuenta la leyenda que se fundó en el lecho de muerte de la madre del un director, este y otros relatos me hacen pensar que son harto diferentes. Pero acá, la cosa es más diferente. Las propias condiciones del país eran complicadas, aquí parecía que no se apostaba a la educación como un bien necesario para desarrollar el país o al menos, en esta universidad no lo parecía.

Esta era la quinta que vez que pisaba Honduras. La primera me llenó de satisfacción, era el primer país que visitaba por el trabajo de investigadora. Mi centro de estudios tenía relación con la universidad de Honduras, como nadie de mi centro de estudios quería visitar ese país, por diversos motivos que rayaban en la comodidad, enviaron a la más joven de sus contratadas. Seguro que pocas defensas tendría para decir “no”. Es decir: yo, la Dr. Minerva Liega Marquez.

En un principio, como lo comentaba, el entusiasmo era impecable, trataba de lucir lo mejor con mis clases que impartía, cuatro días corridos de la semana. Con el correr del tiempo, entendí que mi ingenuidad era enorme, y los colmillos de mis compañeros para endilgarme una responsabilidad que no sabían a quién colocar tuvieron sus frutos conmigo. Así qué, sin ser especialista en el estudio del paisaje me enviaban a la tripa de America Latina, es decir centroamérica.

Llegué a Honduras por una obligatoria cláusula en el Organismo Nacional de Investigación de mi país. Mantener el nombramiento de investigadora “A”, de los cinco niveles que había, era de una carga sobrenatural que hacía despeñarse a una cantidad increíble de investigadores. Por lo cuál al recibir mi nombramiento puse en marcha un plan exaustivo de tiempos que implicaba exigir más tiempo a Danilo, al grado que el niño se quedó a vivir con él, durante los veinte días de mi estancia en la doliente Honduras, la hermosamente bella.

Aparte de realizar no sé cuantos artículos, capítulos, asesorar estudiantes, organizar grupos de investigación, crear coloquios, mesas redondas, ser sínodo, etcétera, etcétera, etcétera… tenía que realizar estancias en otras instituciones. La universidad de Honduras me acogió, en realidad los tramites fueron sencillos, con sus asegunes, pero rápidos pensando en la burocracia de la universidad, en mi centro de estudios todo era rápido, por su tamaño pero, también por nuestra super secretaria que no solo era hábil, era extremadamente rápida para todo, incluso para tener hijos, pero eso no se los contaré ahora.

Preparativos de viaje

Aldo era maestro de tiempo completo “C” en la universidad de Honduras. Lo descubrí coqueteándome en mi segunda visita al país. Comimos, hablamos de muchos chismes de nuestros respectivos lugares de trabajo. Pero algo me prendó de él, sus labios carnosos, tenían algo sensual que no podía resistir, recuerdo que la tercera ocasión que volé a Honduras, se acomidió a llevarme al aeropuerto, al despedirnos me beso muy cerca de mi comisura derecha, me guiñó el ojo, diciéndome “vuelve pronto”. Pero cuando regresé, él estaba en la frontera con Nicaragua en prácticas de campo, o algo similar.

En este mi primer fin de semana en Honduras, decidí salir a la playa. Hacia veinte años realizamos un viaje por centroamérica, una de las rutas que evitamos fueron las playas, viajaba principalmente con antropólogos, románticos estudiantes que querían saber sobre los mayas, trazamos una ruta que nos llevó al interior de la tripa de latinoamérica. Por lo que fue el momento para visitar las costas, donde invité a Aldo. El sábado al salir del aula donde impartía el curso sobre “Territorio y sus usos culturales”.

Levantó la mano en afán de saludo. Saludé. Vestía una playera oscura y unos shorts caqui, cruzamos algunas ideas y subimos a su carro. Saliendo de Ciudad Universitaria llegamos al hotel donde me hospedaba, le pedí que me ayudará a encontrar mi anillo de casada que se había resbalado por el lavamanos. Así que ni tardo ni perezoso subió. Mientras yo organizaba la maleta, él hizo la habilidad de fontanero para sacar el anillo, obviamente lo sacó muy sucio. Lo enjuagué y lo puse en mi alajero. Coloqué mis cosas cercanas a la puerta.

Aldo se quedó mirando por el balcón. La vista era ordinaria, lo que a mi sorprendía era la cantidad de vegetación que había entre las calles, entre las casas, pero eso sí, al posar la mirada sobre un cerro al suroeste se vislumbraba casas, y calles en un desorden diferente al resto del valle. Me apoyé en el barandal color café. “¿Te gustá?”, refiriéndose al paisaje, algo le comenté, se me quedó mirando con una ausencia y vaguedad en sus ojos que no acerté a nombrar. Algo pasó, que le miré sus labios, quizás esa vaguedad nos hizo concentrarnos en nada. Chocaron nuestros labios, le pude morder suavemente esos músculos que sabían a humedad, intensidad y yuca.


Fragmento: "Intimidad pospuesta"
Enero, 2020



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