Irene y tuercas
A
Daimoncita,
quién
dormía mientras una pareja peleaba
Se
han sentado en el segundo sillón de la camioneta, esperan. Irene le habla a tuercas, sobre la posible presunción de
contar a la familia sobre el viaje a Real del Monte, intenta dirigir
la plática sobre su libertad de elegir a su pareja sexual. Tuercas
se molesta, amenaza con hacer lo mismo, pues ella no tiene derecho a
saber lo qué hace él. Los últimos tres meses les pareció un buen
lugar esa zona boscosa.
La
persona que lleva el tiempo de salida para cada camioneta, avisa al
conductor que es tiempo de marcharse. Irene continúa hablando.
Tuercas trata de importunarla preguntando quién es ella, qué se
atreve a tratar de conocer información acerca de él. El bosque los
atenaza, han visitado el frío y húmedo contorno del lago para
acariciarse, para reconocer su piel de siempre.
El
conductor toma la primera curva, llueve. Irene habla sobre su amigo,
“vamos, te lo presento”, dice ella, con voz adolescente. Tuercas
monta en cólera, eleva la voz y por momentos parece que pierde
claridad. Sus pechos medianos brillan a la luz del sol, los besa, los
oprime, toca sus labios con su boca, el bosque, el denso bosque.
El
conductor sortea hoyos y riachuelos en las orillas de la carretera,
las lluvias de los últimos días han afectado la carretera. Irene
continua con sus comentarios sutiles que mantienen enojado a tuercas.
Vienen la embestida sobre ella, niega su existencia a partir de su
condición de mujer, una y otra vez le tira a boca de jarro que ella
no es “nadie”. Siempre te gustaron sus piernas, cortas y bien
tornadas, las descubrió aquella tarde de agosto cuando las nubes
llegaban hasta la zona rocosa donde se recostaron, con la esperanza
de estar lejos de la gente.
El
conductor para en más de dos ocasiones, recogiendo el pasaje que va
terreno abajo, algunos a otros barrios algunos más a Pachuca. Irene
amenaza con poner sobre aviso a sus tíos, pues tuercas está de
bravucón y provocador. Tuercas dice no tener miedo, que gusta ser
pesado, qué más da. Las copas de los arboles tenían la cualidad de
lo completo cuando viajaban a la montaña, no importaba la lluvia,
las copas de los arboles siempre estaban presentes en su relación.
Al
entrar a la zona urbana el conductor encuentra tránsito, lo sortea
con paciencia. Irene pregunta por lo sucedido, “¿tuercas qué te
pasa?”. “Tú no tienes derecho a saber nada, ¿quién te crees?”,
revira totalmente despechado tuercas, quién extiende la mano para entregarle al conductor tres monedas de diez pesos. En el bosque la
sombra, la lluvia y el deseo pausado entre los pinos-encinos, ese
paisaje que ahora es pasado.
De:
Pequeños relatos para espantar monstruos
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