Circunvoluciones*

A Krystal,
escucha-diseñadora de interiores-exteriores






El acto profundo no tiene principio, no ha comenzado jamás, pero tan sólo porque no existe la memoria de ese acto, no hay ninguna data que lo testimonie ni podrá haberla nunca. Es anterior a la data, un acto no registrado, pero hecho, la suma de una larga serie de actos fallidos hasta llegar a él, en la soledad más absolutamente vacía de testigos.

José Revueltas
Hegel y yo”



Olvido


El Valle del Mezquital se desparrama ante tus ojos. Has visto sus cuatro estaciones que parecen se reducen a primavera e invierno. El invierno te disgusta, el frío se intensifica, brilla el suelo, cuando conduces hacía Pachuca los rayos solares reflejados golpean por doquier, es cuando tus ojos arden. Esos viajes a la contaminada Tula te vuelven una viajera constante. Una viajera permanente.


El trabajo que lució completó, lleno, se vislumbra opaco, ten lleno de siempre, con sus mujeres lacrimosas, sus niños tristes, sus esposos henchidos de sol, es un trabajo que siempre te agradó. Ahora que las trabas administrativas son barreras, buscas las horas de fuga, los recovecos que te saquen de tanto papeleo absurdo. Pero no para, no cesa. Esta pasando la etapa benévola, complaciente con tus ideales juveniles.


Pachuca es la cobija que guarda, que salva, que alivia a toda hora. No importa que vivas en las periferias, en las orillas de tu casa. Siempre están ahí tus mascotas. Astrod y Fulminensis están ahí, siempre. Como plaga se incrustan a tus pantorrillas y piernas cuando llegas del trabajo, están ahí, esperando, gruñendo, brincando, como si no hubiera un antes, un después, todo es presente, así sin memoria. Saludas, desprenden sus aromas, descubres alguna orina por allá, excremento por acá. Dejas tu bolsa y la mochila cerca del sofá. La tarde se oculta poco a poco.


Decides sacar a pasear a tus perros. El paisaje está compuesto de casas, casas y más casas. Un sureste urbano prolongado gracias a la especulación inmobiliaria. Por acá San Antonio, por allá Valladolid, por acullá Madrid, los nombres son tan vagos como intrascendentes, lo peor es que hay gente que vive en esos espacios, acumulaciones de sobre población. Un tanto peor, son las finanzas, existe un superávit de construcciones debido a malos manejos de empresas constructoras en la ciudad.


Regresas, cae la noche. Enciendes la luz. Recoges nuevamente almohadones, algún traste sucio en el comedor, en el cuarto, ropa distribuida por el suelo. Los perros se ha recostado en sus tapetes. Sabes que ahora es tu tiempo, tu orilla dorada. Retomas tu lectura, te quedaste en un argumento que justifica la experiencia en lo cotidiano, ahora es más sencillo, pero en aquel tiempo que existía un reinado de los datos y el triunfo cabal del sicoanálisis era complicado insinuar la experiencia como parte del estudio de la mente humana. La lectura era parte de una trama que ya armaste para encaminarte a otro espacio laboral.


Astrod ha encontado una araña. Ladra tan fuerte que has ido a supervisar. La araña es una cosa pequeña, la encaminas a la puerta trasera, corres la puerta de aluminio, la araña lo intuye bien no es su territorio. Astrod ha dejado de ladrar. Corre con Fulminensis para seguir en la siesta. Regresas al sofá. Continuaras la lectura, pero recuerdas el sobre que debes de entregar a Julian temprano. Para tenerlo a la mano, comienzas a buscarlo, seguro calló entre la cómoda y la pared de tu cuarto.


Entras, enciendes la luz, deslizas tu mano, ahí está, pero hay algo más, colocas el sobre en la mesa de la sala, regresas para saber que había en el fondo. Nuevamente extiendes tu mano, reconoces con tus manos, palpas algo que esta hecho de tela, sale con polvo y pelusas, algo a rallas... es un bóxer, esa prenda íntima que regresa con la imagen de Osvaldo. Comienzas a llorar.


El presente lo cubres de olvido. Están los recorridos juntos, el país tragado por kilómetros y fondos para viajar continuamente. Con todo el olvido, se plagan estos momento que son recuerdo aislándolos de tu presencia constante, de tu mar de presencias. Eso que se recuerda viene en un paquete llamado memoria, constante olvido.




Memoria


Bebes la mañana en el centro de San Luis Potosí, un café con leche te acompaña. Estas rodeado de mesas en torno a sillas que no terminan de ser usadas, es temprano, los rayos solares ya traspasan las ventanas. Llega el mesero, “¿Necesita algo más?”, agradeces, te concentras en el pan humedeciéndolo en el recipiente. Ves nuevamente a través de la ventana, ves la sombra de los árboles de galería. Piensas como se vería la Alameda con álamos, un autobús a toda velocidad surca la calle, te saca de tus pensamientos.


Así aparece ella, alargada, extendida en la cama sus pechos abultados, hinchados, recuerdas su monte de venus, su pelillo cubriendo la vulva, la tarde refuerza su intenso color de piel. Percibes el aroma, ese aroma dulzón que pronto lo suplirá su aliento a fierro, ese aroma que siempre te desagradó. No sabes cómo comenzar a tocarla, tiemblas, tocas su muslo izquierdo incendiando su mirada perdiéndose hacia dentro. Ella cierra los ojos, se deja hacer. Sigues temblando. Con sus manos te jala hacía sí, su aliento, contra ti su aliento difícil de digerir, ahí, pesado, a sangre.


Esa tarde sigue presente, siempre memoria, eso que se recuerda cuando no está ya es olvido. Está llorando, la ves de perfil, llora, le has aclarado que no se verán más, sigue llorando. Ahí desnuda, sus senos se desparraman sobre sus amplios pechos. Sus manos limpian sus lagrimas, algunos mocos que fluyen con el llanto. Tan sólo te piensas miserable. “No me debes nada”, escuchas, sin entender que sucede. Repite “no me debes nada”. Llora, llora, “simplemente me has roto el corazón”, no sabes como responder, te achicas, sus lagrimas mojan la colcha, vez los destellos del cuarto que te permiten ver tus ojos miopes. Te rebasa la culpa.


El mesero interroga sí deseas algo más, “la cuenta”, dices antes que se pierda en los laberintos del trabajo y te olvide por momentos. La gente ha colmado el lugar. Siguen llegando. Con ellos la cuenta que se reduce a un cafe con leche y dos panes franceses. Pagas casi lo justo, sales, te encaminas a la Alameda, la idea de los álamos te asalta nuevamente. Quieres imaginar carruajes y ese empedrado del siglo XIX. Ese gusto por la historia, que surge de repensar tu identidad, tu estancia en aquel municipio del estado de Hidalgo.


El recuerdo más remoto de tu infancia se configura cargando tabiques. Tu abuelo construía una casa nunca terminable, en aquellos terrenos que pertenecieron al lago de Ecatepec. Las autoconstrucciones, el polvo, la inexistencia de drenaje, agua corriente, energía eléctrica iba aparejadas con el enriquecimiento de los fraccionadores de aquellos terrenos lodosos, donde abundaban alimañas en época de lluvias. En aquel paisaje húmedo creciste.


El destino te llevó más allá del norte de la ciudad, una unidad habitacional asentada en suelos expoliados a los ejidatarios de Apan, permitió a la familia hacerse de su casa, una casa lejana del DF donde tu padre trabajaba diariamente. La llegada a Apan implicó resistencia. Los habitantes de aquel municipio tenían cierto desprecio hacía las personas que habitaban la unidad habitacional. Los acusaban de tener altos ingresos, los acusaban de extraños, también de ser las personas que llevarían males a Apan. Años más adelante comprendiste que el desprecio estaba fundado en las tierras expoliadas, el gobierno federal apelando a la construcción de vivienda social, expropio parte de un ejido, los habitantes nunca lo perdonaron. Esas casas en parte fueron ofrecidas a periodistas que trabajaban en el periódico Excelsior, fue una negociación.


Esa lejanía de su gente, su clima seco y su frío a veces intenso te llevó a pensar en la peculiaridad de ese espacio. En realidad buscabas tu propia identidad. Te interesó pensar que había en aquel lugar, la parte física del pasado de Apan fue su iglesia y el claustro que crearon los franciscanos en los llanos. Tu interés por la historia te llevaba siempre al siglo XIX, ahora en el centro de San Luis Potosí imaginando aquel pasado de la Alameda, sin álamos. Tu interés por el pasado es una búsqueda de tu misma identidad disuelta en gran parte en una expoliación.


El presente donde la memoria se forma se vuelve olvido, el cuerpo de Samantha, las lagrimas compaginadas con el despojo de tierras. El olvido se presenta en la obsesión por reconocer el pasado, incluso la memoria te llevá al olvido de un presente que luce una Alameda limitada por un bosque de galería triste, opaco y malsano. Este presente está compuesto de memoria que se prolonga, olvidado diseminado en el tiempo.





Memoria-Olvido



Estabas por cerrar tu investigación sobre la colonia Michoacana. De ahí salieron varios artículos, cada uno de ellos pasaron los filtros de revistas científicas. De aquel espacio que suponías manejabas a la perfección se presentó una estatua, llamada la madre petrolera. Un escultura tallada en basalto producto de un desconocido. El hallazgo trajo como consecuencia reorganizaras tus pensamiento en torno a un objeto nunca considerado en el cuerpo de la investigación


Había sido tallada por un artista creyente en la revolución mexicana. La viuda de O´Higguins te lo había comentado, “sigue ahí la estatua que realizó un compañero de la liga socialista”. No le diste tanta importancia a su dicho, fue hasta que viste con tus propios ojos un roca, ahí cómo olvidada en un prado de paso pero olvidado. Ahora la resguardaba una escuela pública nivel superior. Una mujer recostada con un largo rebozo yacía tallada en basalto en el pasto.


Pronto, tu metodología empezó a trastabillar. ¿Cómo podías responder ante ésto? ¿Cómo repensar qué nadie en la colonia se acordará de este monolito de basalto. Tus 53 entrevistas, las fotografías aéreas, los planos de la colonia, tu registro parcial hemerográfico, la búsqueda en el antiguo registro de Asentamientos y Propiedad, todo para rastrear el origen de la Michoacana, pero nada pudo hablarte de esta roca que tenían en tus pies.


En tu campo disciplinario la memoria es una fuente prodigiosa, se explora de diversas maneras, la más habitual es a través de entrevistas: abiertas, cerradas, estructuradas, semiestructuradas, fortificadas, el largo etcétera puede presentarse de acuerdo a lo investigado y al investigador o investigadora. La memoria es perfecta, nítida, trasparente cuando se hacen las preguntas necesarias de acuerdo a tus profesores. Repasaste tus preguntas, repasaste tus entrevistas, no hay ningún rasgo que te hable de ese monolito. El hallazgo permitió hablar de los símbolos posrevolucionarios en México.


¿Por qué en la memoria colectiva no apareció ese recuerdo? ¿Qué sucedió? Una negación de lo devastador que resultaron los ideales revolucionarios empeñados en negar lo diferente, lo ordinario. Acaso fue ese olvido otorgado de manera satisfactoria, al grado de notarse en las orillas de la escultura, con mutilaciones que hablablan del deterioro a lo largo de las modificaciones urbanas: el parque, más tarde la escuela. Te comentaron que el monolito apareció cuando construían las oficinas de las dirección, un hallazgo arrojado al olvido.


El Instituto Nacional de Antropología determinó que el tallado de aquella roca no rebasaba el siglo, como no había espacio en sus bodegas ya atestadas de rocas talladas, vasijas, cajas con esqueletos, más vasijas, libros, y el largo etcétera, decidieron solo clasificarla. La escuela la adopto, ahí, casi abandonada, tan solo resignificada por los alumnos y alumnas, a veces funciona como punto de reunión. Pero parece que no están preocupados por su origen.


Pusiste a temblar a tus colegas, descubriste algo que nadie quiere saber en tu espacio académico, la memoria no es infalible. Es una construcción con desperfectos que ni el investigador más agudo puede salvar. La memoria se compone de retazos de pasado fácilmente sustituidos, olvidados, asegurados en el lugar menos preciso, más escabroso o menos doloroso. El olvido se presenta tan pronto como la memoria emerge, el olvido se gasta en el tiempo como una arruga, como un bache en las asfaltadas calles. La memoria es olvido.



No descubro nada excepcional al darme cuenta que puedo encontrar lo que busco si tan sólo logro reconstruir con exactitud los hechos, uno a uno y uno tras otro, desde el principio, pero sucede que es el principio mismo lo que se me escapa, y en esto habría que darle la razón a Hegel: aquí hay algo que no ha comenzado, el extremo del hilo se me va. Las cosas podrían comenzar hoy, por ejemplo, en este mismo instante.
José Revueltas
Hegel y yo”





* Tomado de: Narraciones breves para domar migrañas.


 


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