Al otro lado del desierto
And who by fire, who by water,
who in the sunshine, who in the night time,
who by high ordeal, who by common trial,
who in your merry merry month of may,
who by very slow decay,
and who shall I say is calling?
who in the sunshine, who in the night time,
who by high ordeal, who by common trial,
who in your merry merry month of may,
who by very slow decay,
and who shall I say is calling?
Leonard Cohen
“Who by fire”
Cuando el sol brilla
de esta manera, sé que el otoño ha llegado. Estación del año triste, es una melodía opaca
que se desliza de mañanas frías a tardes calurosas, se arrebola en vientos cargados
de polvo. Fue en está época en la que supe serías parte de ésta malhadada vida.
Nunca puse distancia a esta avalancha de conmociones, al reconocernos como
diferentes pero iguales. Yo un ingeniero geólogo amante de todas las historias
y tú, una contadora amante de los idiomas.
A veces los desprendimientos
impactan sin más, el desprenderme un poco de mi ha traído los peores dolores,
esos que no repara el viento ni la música, apenas un paisaje que es el soporte
de todo tu recuerdo. El paisaje que hicimos tú y yo, ese que habla de nosotros,
de los pueblos que habitaron este territorio. Qué otro espacio que el desierto
para salvar este recuerdo, qué otro lugar que inunde todo lo que fuimos.
Aún conservó en mi
memoria, aquel relato del Valle del Mezquital. Estábamos sentados en las faldas de los Frailes. Teníamos frente a nosotros a
Actopan y una larga carretera que comunica con Nuevo Laredo. Mientras yo
levantaba la mano para indicarte pistas de aquel paraje, te contaba una historia
corta del Valle, para ti, tu abrías los ojos con la candidez de tu belleza.
“El Valle, que no es un
valle, se extiende al noroeste de Pachuca”, te decía. Este territorio que ahora es un conjunto de
zonas de cultivo y otras no, en algún momento fue tan seco que se denominó el Gran Mezquital, con arboles de mezquite
que eran parte de la vegetación xerófita, de esa que cuenta con nopales,
cactus, abrojos, toda esa vegetación que debe de ser familia de los nopales y
de las agaváceas. Todo eso te contaba, irremediablemente te sonreía por tantas
especificaciones mamonas.
Este paisaje, seco, está plagado de tierras de cultivo. Fue
el escenario de la sobrevivencia de varios grupos de hñañhus establecidos aquí.
Algo de esto te contaba. Antes de la brutal conquista de Valle del Anáhuac, los
hñañhus dominaron todos los terrenos de esta región. De su origen como grupo
aún existen especulaciones y discusiones que solamente historiadores, antropólogos,
arqueólogos y algún otro ser extraviado habla con tamaña pasión.
Los Otomíes, de donde
provenían los hñañu, dominaron desde
Jilotepec y presionaban a los habitantes del Valle del Anáhuac por sus
territorios. Todos ellos hablaban otomangue. Al formarse la Triple alianza, esa
maquina de guerra que fueron los sacerdotes y militares de los asentamientos de
Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan, decidieron acabar con el poderío Otomí. Dicen,
los amantes de las interpretaciones, que fue una guerra que desmembró a los
Otomíes, al grado de disolver su centro político y militar.
Los Otomies huyeron de
su ciudad en ruinas, entonces se desperdigaron desde lo que ahora es Querétaro
hasta Veracruz, condenados a la marginación. Uno de esos grupos se estableció
aquí, en el Valle, lugar seco que trajo dolor y sufrimiento a los que tomaron
por cobijo este desierto. A la llegada de los colonizadores sobrevino una etapa
brutal de sumisión y contradicciones que los hñañus tuvieron que soportar. De
la transformación que hicieron de este paísaje quedan conventos e iglesias en
Actopan, Ixmiquilpan, Huichapan y Progreso.
Continuaba con mi
relato. Dicen, más interpretes de los archivos, que la gente del Valle del
Mezquital vivió grandes penas, como las
que vivieron los de este continente, más o muchas más, podemos imaginar la
brutalidad de la imposición de las ideas y el sometimiento del cuerpo ante una
ideología lejana para estos pueblos, pueblos de mar y tierra que decantaron en
el mestizaje. Me interrumpías y hablabas de ese poder de la trasposición de
ideas sobre un pueblo, de eso que sabias tanto por tus estudios sobre el poder.
Seguí contándote algo.
Tu mirada cambió. Un grande silencio medió entre nosotros, abriste más los ojos
y comenzaste a llorar. Inevitablemente tus cuencas oculares se profundizaron y
tus ojos irritados eran parte de tu rostro abotagado, sucedia
cuando te contaba esas cosas del abuso de poder. “Para”, me decías. Mis ligeras
descripciones sobre eso del sufrimiento humano te ponían sensible y casi,
lista, llorabas por mis pláticas impertinentes del pasado.
“Abrazame”, me decías,
mientras te alojabas en mi regazo. Entonces te contaba cosas de los ríos,
imaginábamos como era aquel paisaje antes de la erupción de tantos volcanes que formaron el centro del país y
mucho antes, cuando estos terrenos estaban bajo el mar somero, millones de años atras. Te hablaba de estupideces como remoción en masa,
abanicos aluviales y escarpes, tratando de crear un paisaje imaginario.
Cuando encontrabas
algún parecido a los cerros con seres imaginarios, describías animales monstruosamente
ridículos, piedras de rio montadas en ancas de rana emplumada, colas de camarón
emergiendo con cuerpo del tío poncho, patas de gato con cabeza de gallo
tuerto, el bestiario de tu imaginación siempre me causaba grandes carcajadas que
no paraban.
El desierto no estaba
vacío contigo. El paisaje se poblaba de aquel pasado mistificado. Lleno de tu
imaginación y de mi rígida visión del mundo. Supongo que el pasado se
dulcificaba con el pulque que bebíamos, con la cerveza agria que encontrábamos
en las pequeñas tienditas del Valle. Nuestro Valle se alejaba de los místicos,
políticos y activistas sociales. Terminábamos así, riendo, riendo los minutos
que eran nuestros y de nadie más.
Diamanda
Me gustó tu sonrisa que
todo lo afirmaba y nada negaba. Envuelta en tu profunda juventud te deslizabas
ante el mundo con tu luto fétido, tu último amado muerto. Algo expirabas en tu respirar. Sí, acabaste
con él cuando intentaba regresar a tu lado con su novia, regresaba con las dos
por una extraña hipótesis que nunca entendiste cabalmente. Jamás pensaste en
una separación, siempre lo visualizaste en tu horizonte.
Estaba tan presente su cabello rizado, amplio, muy amplio, contextualizadas por tardes tórridas, esparcidas en aquellos tortuosos días cuando estudiabas en la universidad. Era Rafael aquel personaje que se anunciaba como tu camino eterno, sin siquiera saberlo, era él. Jamás supusiste un rompimiento, tus días eran la cotidianidad de lo no deseado, de una carrera universitaria que terminabas para no-complacerte, él era la afirmación de tu mundo, un mundo lejano que no entendías en su totalidad.
Estaba tan presente su cabello rizado, amplio, muy amplio, contextualizadas por tardes tórridas, esparcidas en aquellos tortuosos días cuando estudiabas en la universidad. Era Rafael aquel personaje que se anunciaba como tu camino eterno, sin siquiera saberlo, era él. Jamás supusiste un rompimiento, tus días eran la cotidianidad de lo no deseado, de una carrera universitaria que terminabas para no-complacerte, él era la afirmación de tu mundo, un mundo lejano que no entendías en su totalidad.
Las ambigüedades te
parecieron complejos acertijos. Malditas ambigüedades, por que sí deseaba estar
contigo se andaba tirando a otra chava. Cuántas veces detuviste el ritual sexual llorando para preguntarle si te quería, por qué no la dejaba. Tus días de luto fueron noches de desconsuelo, noches
amplias de redes sociales que no paraban hasta que lo encontrabas en el messenger.
Te preguntabas y le preguntabas lo mismo, por qué no regresar al viejo tiempo
de sonrisas largas y orgasmos exclusivos; él hablaba de confusión y deseo, de
tarde de delirio y ruidos complejos.
Todo se rompió cuando
una tarde caminabas por el centro de la ciudad. Caminabas con tu hermano, al
ver a Rafael te emocionaste, al ver que él tomaba la mano de su otra mujer te
colapsaste. Doblaste la cuadra inmediata, antes que se encontraran, jalando a tu hermano te pusiste a salvo: “¿qué
pasa?”, te dijo, “luego te cuento” le alcanzaste a decir. No lo viste más hasta
que fueron a buscar a Raquel.
Rafael te enviaba mensajes continuamente. Respondiste uno de sus
tantos mensajes. Caías, siempre respondías,
lo suponías como una corresponsabilidad, por su preocupación por ti. Para ti, la
amistad siempre tuvo un valor superlativo. Era parte de lo que fraguaba este
mundo. En cambio yo, no creo en la humanidad ni un poquito. Por eso accediste a
tantas proposiciones de tus amigas, amigos, porque era parte de la vida, sin
importar transgresión alguna.
Cuando te envió un
mensaje Rafael supiste que tenías que amortiguar el dolor de Raquel, ya que él había
sido novio y amante de ella, bien podía acompañarte a ver a una amiga en pena,
que le hacia la vida imposible un Doctor de pacotilla. Cuando respondiste al mensaje lo enviaste con
una proposición, “Puedes ir conmigo a ver a Raquel”. El fácil con todas las
mujeres, aceptó. “El jueves” quedaron, pues los siguientes
días eran de conciertos para él, y de descanso para ti.
Te recibió el hermano
de Raquel, mediana altura, bien parecido. Ella no se encontraba. Si querías dejar
un recado. Se despieron del hermano. Rafael y tu
terminaron en el mismo motel de siempre, Bella Dona, un motel tan estridente como
sus pasillos, un motel tan estridente como sus luces neón atrapa putos y putas.
Terminaste llorando, terminaste diciéndote que no lo verías más. Te sentías
horrible por su confusión, no tanto por su querencia a la otra mujer.
Días después se
comunicó contigo Raquel, agradecía tu
visita, que siempre te quería. Que su pasado sería la prueba de su condición
humana, de su condición de amistad porque sí. Lloraron un rato, fantasearon con
mejores tiempos. Sin pelafustanes, sin amores malditos y sin agostaderos para
cerdos. Aquella noche dormiste contenta, dormiste con la suerte de los vivos,
con la suerte de los niños que olvidan su presente.
Raquel
Conociste hombre desde
pequeña. El placer era tu consigna. Caminabas por el mundo, sin la preocupación
vacua de los amores tórridos, de las parejas siempre lacrimosas. De aquellos
hombres, a quien recuerdas con agrado, sobresale Moisés, poco tímido, que
manejaba con destreza los anticonceptivos. Con gran habilidad podía recetarte desde
la pastilla rosa hasta condones con lubricante a base de agua. Moisés tenía su
cabello lacio hasta los hombros, amante de los videojuegos, como casi todos los
adolescentes en ese momento. Tenía unos ojos verdes que siempre te recordaba
ese cenote que visitaste alguna vez con tus padres, por allá en la lejana
Yucatán.
Sin embargo, no sólo
era Moisés de quién tomaste lo que te correspondía, el placer por el placer.
Pasó Jorge, Federico, Alejandro, Pedro, Maximiliano, Christian, Fernando y
otros que el tiempo había borrado de tu memoria, incluso sus rostros se habían borrado de tu recuerdo. Alguna vez
cuando estudiabas el primer año en la facultad de economía, fuiste
a una fiesta, al finalizar te encontraste a un tipo que decía conocerte, tu lo
dudaste, hasta que en la habitación de un hotel llegó su orgasmo y por
unos segundo se quedo sin respiración, entraste en pánico, le diste tremenda
cachetada con la que despertó. “¿Estás bien?”, preguntaste, te respondió
afirmativamente y recordaste que ya habías pasado una noche con él.
La carrera de economía
no resultó como lo esperabas. Decidiste tomar la carrera de medicina, así ayudarías a las personas. Los
médicos tienen la fama de promiscuos sin fin. Sus pupilos algo tienen que
aprender aparte de los conceptos que solo entienden entre sí, así que te diste
a la tarea de experimentar todas las sensaciones orgiásticas con quién se diera,
pero fue temporal, se acabaron los galanes de bata blanca, muchos eran unos ñoños declarados. Así que,
redireccionaste tus placeres, llegaste a la legión de músicos, desempleados y
anexas.
A través de Elmer
entrante al mundillo de las bandas de musica de metaleros del norte de la ciudad. Era divertido ese
ambiente, esplendidos bacanales que terminaban en Cuernavaca, en Puebla o
Tlaxcala. Todo era controlado por ti, tus estudios, los dineros y los amantes.
No tenías preferencia por alguno, los que se obstinaban en tener una relación
permanente contigo, los detenías en su momento y te burlabas de ellos
espetándoles su puerilidad conservadora: “¿Qué pendejo, una nena te da las
nalgas y ya te quieres casar con ella?”, pero tolerante les dabas algunos días,
semanas y los más afortunados meses, después los sacabas de tu vida sin miramientos.
Entre tanto placer y
alguna que otra enfermedad de transmisión sexual, soñabas con cambiar el mundo,
visitar serranías para curar a niños, mujeres en situación de riesgo, hablar de
las bondades de la medicina, al grito de “un mundo mejor es posible”. Así que
cuando pudiste te marchaste a la mixteca oxaqueña. Oaxaca, mistificada por científicos
sociales y artistas, es la cuna de gente bragada que ha soportado desde cientos de años la
explotación, exclusión y el desasosiego de su destino. Tu ingreso a la sierra
fue el principio del displacer.
El cambio drástico de
una vida urbana a la ruralidad misma te trajo una gran cantidad de confusiones
que, durante los primeros dos meses trataste de suplir con las visitas a la
ciudad de Oaxaca, pero el dinero con que contabas no cubría tus carencias de
servicios y comercios que extrañabas. Incluso, los conciertos musicales con tus amistades
los extrañaste, toda aquella legión de miembros que consumías mensualmente
fueron parte de un pasado glorioso que se difuminaba en esta realidad dolorosa.
Así pasabas tus semanas entre niñas embarazadas, golpeadas, violadas, también
había cirrosis agudas, mutilación de
extremidades por machete, cefaleas agudas, el largo etcétera
te tenía ocupada y disipada.
Conociste a Gervacio,
un chico de 17 que aparentaba una edad mayor. Hecho en el campo, Gervacio,
contaba con musculos bien desarrollados de las intensas horas de trabajo en el
campo. A ti te atraía particularmente su abdomen. Él estaba noviando con Gardenia,
con toda seguridad se casaría con ella. Lo conociste cuando llevó a su abuelita
a consultarte de sus reumas, había noches en la que no podía pegar un ojo su
santa abuelita. Lo conminaste a que la trajera la siguiente semana, pues
podrías conseguirle algunas pastillas para el intenso dolor que padecía la
señora.
Como se lo pediste,
regresó a la siguiente semana. En un descuido le pediste que trajera algo que
no encontró de la bodega, cuando intentaste ayudarlo, ya en la bodega te le
abalanzaste, él no opuso resistencia. Hubo una segunda ocasión que Germán
apareció anocheciendo, dejaste la puerta abierta. Días después, disminuyeron los casos de embarazos
no deseados, las mujeres embarazadas, golpeadas, no así los muchachos que
llegaban por golpes de uña que sus esposas bien podían aliviar con fomentos.
La tercera ocasión
German te pido casorio, pero, no lograste darle el no definitivo. Gardenia, su novia,
apareció con un grupo de mujeres en la noche, tu regresabas de cenar, al dar
vuelta a la calle que daba a tu cuarto recibiste un par de cachetadas que se
convirtieron en fuertes golpes, aroma de sangre, polvo y dolor. Una de ellas te agarro del cabello,
jalándote te hizo llegar al escalón, rebotó tu cabeza cual balón. Doña Jovita
escucho ruidos en la calle, y vio algo en quicio de la puerta, se acercó y te
ayudó a entrar a tu cuarto.
Doña Jovita estaba ahí,
limpiándote las heridas. “¿Pues qué hiciste muchacha?, aquí no se meten con los
hombres de otras a menos que seas güila”. Te dijo que no te preocuparas, que
ella ya había despachado a los enfermos que habían llegado desde temprano a la clínica.
Agradeciste el gesto de doña Jovita que por dos días estuvo ahí, regresando a sus
casas a las personas enfermas, más hombres que mujeres. Aquellos dos días
fueron de largas pláticas, noches de reflexión que terminaron por convencerte
que no estabas en el lugar adecuado.
La siguiente semana,
aún con moretones comenzaste a atender a tus pacientes. Saliste con algo de
temor, pero al final las cosas tuvieron su cauce. Jamás volviste a ver a German
y tampoco te expusiste a tener un amante con novia. Las salidas de fin de
semana se repitieron, visitabas antros y bares en Oaxaca para
encontrar sucedáneos de vida: el ligue, el orgasmo y al final de la noche: el
portazo al cuarto del hotelucho.
Después de la golpiza, pediste un cambio de clínica alegando males de la montaña o
algo similar como gripe continua, estornudos, etcétera. Te enviaron a la costa.
Te despediste de doña Jovita, que fue tu cómplice dos meses después del incidente en la Redonda, el poblado donde estaba la
clínica. De ella supiste de sus maridos, de su vida en una ranchería lejana a
la Redonda y uno que otro amante bien escondido por temor a las murmuraciones,
“nada de meterse con casados” te decía doña Jovita.
Extrañaste la Redonda,
cuando reconociste el calor infernar de la clínica en la que te habían
reubicado. El ambiente de la zona donde
te habían enviado era más peligroso, sumados los casos de violaciones a mujeres
de todas las edades, machetazos, acá también se daban heridos por armas de
fuego, una celulita de narcos estaban apropiándose de tierras de algunos
terratenientes de este lado de Oaxaca. Supiste que tus días de luchadora social
habían terminado, lo tuyo era la ciudad y tus chicos. El placer condicionado de
los pueblos retrógrados que se fuera al infierno, esa no era tu lucha.
Esperaste unos meses más, sólo para obtener el
documento del servicio social liberado. El
problema con la Joroba, el poblado donde se ubicaba la clínica, era
que se encontraba a más de 5 horas de Salina Cruz, así que tus incursiones a la
ciudad disminuyeron. Tuviste suerte, un grupo de zootecnistas de la universidad
de Oaxaca estaban haciendo prácticas de campos por la zona, así que al menos un
par de semanas tuviste el placer de cubrir tu vació que se incrementaba.
Hubo también una
incursión de trabajadores sociales y una más de antropólogos, que con mucha
atención los recibiste amigablemente. Pasaban algunos días en la zona y se
marchaban. Aquellas visitas hicieron menos miserable tu vida. Tus pacientes tan
sólo eran el principio del displacer al que se acercaba tu vida.
A tu regreso a la
ciudad de México, visitaste a tus amigos, en un año se habían dado distintos
cambios, algunos se habían jubilado de la vida por sobredosis, otros más habían
encontrado el amor de su vida, los menos
afectados se encontraban con sus dosis de lirismo musical y grandes estrategias
para organizar su vida. Para ti, ya no fue lo mismo, las cosas cambiaron, tu
búsqueda fue otra.
Te ofrecieron quedarte
con una plaza en la facultad de Medicina. El Doctor Rigoberto Lara de Ledezma
prefirió darle la plaza a un integrante nuevo de la facultad que alguna mafia
ya bien constituida. Pues en el futuro, era más fácil quitarle la plaza a un
Doctor que no formaba parte de un grupo, que a un grupo de poder bien
constituido en la facultad. Así, entraste a la facultad, contenta, enseñando a
los jóvenes temas de farmacología. Pero tu búsqueda era otra.
Te acercaste mucho al
Doctor Cervantes, él tenía treinta años a lo mucho, una especialidad en
oncología, estaba por ascender en el jet-set de la medicina, donde los
especialistas son bien recibidos si actúan conforme a intereses bien
establecidos. Alguna vez te invitó un
café, extrañamente terminaron en la cama en la tercera cita, en realidad tu no
tenías tantas citas en un café con una misma persona. Terminaron en su casa,
linda casa bien ubicada en la ciudad. Te impresiono lo culto que era, sus
maneras elegantes y sus historias de viajes alrededor del mundo; a él lo cautivó tu cuerpo, tus movimientos corporales y por
supuestos tus historias de amantes.
Las primeras semanas
después de trabajar en sus respectivas clínicas o clases, paraban en la mansión
del Doctor Cervantes. Todas las noches eran amenizadas por tu pasado que desde
un principio le horrorizo al Doctor, pero paradójicamente algo le cautivó de
tus narraciones, él te contaba de sus
estancias en Roma y Londres, así como de sus múltiples viajes por el mundo, así
como de sus adicciones a los viajes en cruceros.
Poco a poco fue violentándose
su relación. Tú le increpabas que era frío, él te reprochaba que fueras una
puta. Vituperios que se conjugaron con tu embarazo. El día que supiste que
esperabas un bebé caminas desamparada por CU. Cerca de rectoría encontraste
a Diamanda, tu amiga de preparatoria. De pronto, comenzaste a contarle tu
presente sombrío, así que apareció en el tema el Doctor Cervantes, tu embarazo,
capítulos de celos que no eran justificados, pues después de tres
semanas de salir con él, nunca más saliste con hombre alguno.
Diamanda te escuchó
conmovida. Después de su lejanía por un par de años, se estrecho tu amistad a
través de las redes sociales. Aunque no fue tanto como lo habías
pensado, pues el Doctor Cervantes tenía un fuerte control de cualquier
expresión de afecto hacía cualquier persona, así que te moderaste con el rencuentro.
A tu amiga le contaste el
espectáculo que te hizo el Doctor Cervantes después de visitar el Café La
Habana, mientras degustabas tu postre, alguien levantó la mano desde una mesa
lejana, levantaste la mano por inercia, no recordabas quién era, se acercó,
saludándote a ti y al Doctor. Cuando se fue te dejó su teléfono, no recordabas
quién era. Hasta la casa el Doctor
Cervantes no dijo ni una palabra. Dentro, explotó, te dijo se si lo estabas viendo, qué si creías que era
tu pendejo, qué él suponía que andabas viéndote con tus amantes, qué si él no
te cogía bien, el largo etcétera emergio. Todo se torno nublado para tí, fue
ese día en que comenzó a llamarte puta. También desde ese día comenzaron los
golpes, de esos golpes que dan los proxenetas, sin marca física. Tu calvario se torno
un laberinto cuando te descubriste embarazada.
Un día apareció en la
casa de tus padres Diamanda con Rafael. Te resististe a verlos, escondida agradeciste
su visita, pero él no tenía que verte. El Doctor Cervantes podría saber
que ibas a ver a un viejo amante, y te diría muchas obscenidades, imposible
de soportar. Era mejor no verlos, no en este momento que el Doctor se había
enojado contigo, con tu obsesión en trabajar en tus actividades cotidianas. Le
pediste a Pablo, tu hermano, que los despachara, que les dijera que no estabas,
que si les interesaba dejar algún mensaje.
Días después te
comunicaste con Diamanda, le dijiste que la querías, que no se inquietara, que
tan sólo no estabas disponible en ese momento. Y aunque hablaron mucho, sabias que
la habías perdías hacía tiempo. Lloraron, hicieron planes de visitar el Cucul,
embriagarse con las canciones de Los Caifanes y Fobia, y salir con uno o más tipos para
saludar a la noche, al viento y a las cervezas. También prometieron intercambiarían sus parejas, como alguna vez lo hicieron con
Rafael.
Rafael
Flaco,
con tu cabello rizado siempre las muchachas tenían cierta debilidad por las
maneras en que deslizabas tus dedos por las cuerdas, zumbando esos arpegios de la guitarra, especialmente cuando tocabas esos covers que gustaban desde la
década de los noventa, bah, cosas de niños, lo tuyo era el speed metal y hard
core. Todo comenzó con Pedro, con él aprendiste a tocar la guitarra, después vinieron los covers
bobos de los Tin Tops y todo ese rock and roll viejito que ya no emociona a
estas juventudes, pero que tocabas con una banda para ganarte unas
cervezas agrias y el pasaje a la escuela.
Así
pasó tu bachillerato, llegaste a estudiar una ingeniería, y el mundo era música
y profesores aburridos que solo llegaban a resolver formulas en el salón de
clase. De aquella época formaste la banda de Los Corleone, una mezcla entre
surff y metal, que nunca lograste entender el porque de la reunión con aquella bola
de inadaptados. Entendías perfectamente
que lo tuyo no era el metal en ese momento, pero de eso al surf, algo pasó. Los
Corleone estaban presentes en tu mente, porque en esa época
conociste a Raquel.
Te
enamoraste como un estúpido de ella. Sólo que Raquel tenía un plan distinto para ti. Su relación se dio en el plano hedonista que siempre le daba
ventaja. Incluso, aceptaste la relación de amantes que te propuso. Su olvido
fue lento, tan lento como el proceso de aceptar tocar cosas bobas de los
Hermanos Carrión. Fue un tiempo duro para ti. Te acercaste más a Diamanda, esa
chica tímida que era amiga de ella, que entrada en confianza era
profundamente guarra. Esas dos instancias te volvían loco, especialmente como
absorbía tu miembro con su boca, era fascinante.
Pero
el amor se acabó entre Diamanda y tu cuando llegó Diana, entallada en sus pantalones
negros, lideraba la banda de las
Rotas, un grupo de doom metal que pasaba por una buena etapa en la escena musical del norte de la ciudad. Diamanda no cedió, no se monto en el
juego que tuviste con Raquel, en el fondo era tan conservadora que te quería solo
para ella, sí, así para ella. Sufriste bastante, con el corazón en tres
pedazos, supusiste que la realidad de tus padres era la tuya, tener relaciones
separadas con las personas que querías.
Después
de meterte unos hongos, tomaste la decisión adecuada. Te quedarías con Diana,
echando al olvido a Diamanda y con ella a Raquel, el amor de tu vida. Sin
embargo, no siempre se cumplen los plazos del corazón, en ocasiones te llegaba
el recuerdo de Raquel, en las emociones que te trasmitía Diamanda. A ambas les
enviabas mensajes, siempre respondía Diamanda. Le pedias perdón, le pedias
consideración, le pedias amor, le pedias estuviera en tu cama. Ella llegaba
cándida, esbelta y con sus pechos desbordado como era, dejándote más vacio. Cuando Diana tocaba con las Rotas generalmente te
veías con tu viejo amor, con tus viejos amores.
Quién
suscribe
Pensar en tu cuerpo, en
ese tono olivaceo. Me quedé con esta angustia. Tan sólo por no
enamorarme de ti, me supongo, he traicionado todo principio de
corresponsabilidad. Tendré que aprender que lo que alguien me da, no se regresa
de la misma manera, ni con la misma emoción, ni con los rasgos de una edad en
descomposición.
Estoy por levantar el
teléfono para llamarte, para decirte que regreses, que te amaré, que de verdad
te amaré. Anda Diamanda, regresa, prometó que mi propio placer se disipará en
tu cuerpo, no estaré ausente, mi piel será tuya, así como es, dorada por el
sol, horneada por mis tristezas. No puedo aceptar tu argumento de nuestra
separación, en ti no veo una amiga, de verás que no, he transitado por días de
reflexión, hoy he reconocido la parte medular del asunto.
Todo lo entendí después
de permanecer en el Valle, ¿recuerdas?, nuestro Valle, Diamanda. Permanecí
acampado en el punto 20°17´37.60” Norte, 99°37´24.22” Oeste, aquí estuve observando
el cielo, permanecí observando el cielo Diamanda, Betelgeuse siempre visible me
habló de ti, de tu risa que se prolongaba más allá viento, más allá de la vida.
Desde este punto tracé una línea imaginaria al sursuroeste donde sé estás,
donde me saludas desde tu ventana.
Viendo a Betelgeuse sé
que el mundo no es tan bello, no te tengo a ti. Pensar el brillo de esta
estrella se trasmuta en esta tierra triste y tan llena de vacío. Acá en el
Valle del Mezquital, su pasado es tan confuso como su presente. Cuando me
siento aquí, viendo los pliegues de aquel cerro, me llegan esas imágenes
cargadas de interpretaciones. El siglo pasado, con las
ambiciones de los proyectos sociales estatales que intentaron aligerar la
pobreza, trajeron pleitos a todos los niveles, acumulación de poder en familias
y también un número de pobres que sigue creciendo.
Recuerdas Diamanda,
crearíamos una organización no gubernamental, tu llevarías las cuentas yo
organizaría el resto. Comenzaríamos a trabajar con las comunidades de aquí
abajito, de Tepatepec, nos calló bien su gente. ¿Recuerdas la doña que prestó
unas bolitas para que te sujetaras el cabello? Nos advirtieron de todos los
peligros, “tan chiquitos ustedes, póngase vivos en el cerro”, nada pareció tan
peligroso como el autobús que casi nos arrolla.
Recuerdas Diamanda, le
pusimos aquellos cerros nuestros nombres, las mascotas serían los pequeños
promontorios que se veían ahí abajito. Así, vagaríamos por este valle, entre sus cerros. Valle que es la maldición de hñañus, lugar de todas las miserias, de campesinos y campesinas de cara
redonda, llenos de sol.
Regresa, los rayos
cansados del sol ya están entrando a mi ventana. Vamos Diamanda, levántate de
ahí, no quiero saber que te recomendó tu amiga para acabar en ese
estado. Vamos, cabalgaremos a la tarde, sumergiremos nuestras palabras en
cerveza. Levántate, dime que olvidarás a Rafael, que observaremos las estrellas
de esta época de otoño, vamos, ahí estarán las estrellas todas, saludando
nuestra pasión, nuestro amor, ¿dime?, a ¿quién prometeré cuidar ahora?
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