Al otro lado del desierto


 And who by fire, who by water,
who in the sunshine, who in the night time,
who by high ordeal, who by common trial,
who in your merry merry month of may,
who by very slow decay,
and who shall I say is calling?

Leonard Cohen
“Who by fire”

Cuando el sol brilla de esta manera, sé que el otoño ha llegado. Estación del año triste, es una melodía opaca que se desliza de mañanas frías a tardes calurosas, se arrebola en vientos cargados de polvo. Fue en está época en la que supe serías parte de ésta malhadada vida. Nunca puse distancia a esta avalancha de conmociones, al reconocernos como diferentes pero iguales. Yo un ingeniero geólogo amante de todas las historias y tú, una contadora amante de los idiomas.

A veces los desprendimientos impactan sin más, el desprenderme un poco de mi ha traído los peores dolores, esos que no repara el viento ni la música, apenas un paisaje que es el soporte de todo tu recuerdo. El paisaje que hicimos tú y yo, ese que habla de nosotros, de los pueblos que habitaron este territorio. Qué otro espacio que el desierto para salvar este recuerdo, qué otro lugar que inunde todo lo que fuimos.

Aún conservó en mi memoria, aquel relato del Valle del Mezquital. Estábamos sentados en las faldas  de los Frailes. Teníamos frente a nosotros a Actopan y una larga carretera que comunica con Nuevo Laredo. Mientras yo levantaba la mano para indicarte pistas de aquel paraje, te contaba una historia corta del Valle, para ti, tu abrías los ojos con la candidez de tu belleza.

“El Valle, que no es un valle, se extiende al noroeste de Pachuca”, te decía.  Este territorio que ahora es un conjunto de zonas de cultivo y otras no, en algún momento fue tan seco que se denominó  el Gran Mezquital, con arboles de mezquite que eran parte de la vegetación xerófita, de esa que cuenta con nopales, cactus, abrojos, toda esa vegetación que debe de ser familia de los nopales y de las agaváceas. Todo eso te contaba, irremediablemente te sonreía por tantas especificaciones mamonas.

Este paisaje,  seco, está plagado de tierras de cultivo. Fue el escenario de la sobrevivencia de varios grupos de hñañhus establecidos aquí. Algo de esto te contaba. Antes de la brutal conquista de Valle del Anáhuac, los hñañhus dominaron todos los terrenos de esta región. De su origen como grupo aún existen especulaciones y discusiones que solamente historiadores, antropólogos, arqueólogos y algún otro ser extraviado habla con tamaña pasión.   

Los Otomíes, de donde provenían los hñañu,  dominaron desde Jilotepec y presionaban a los habitantes del Valle del Anáhuac por sus territorios. Todos ellos hablaban otomangue. Al formarse la Triple alianza, esa maquina de guerra que fueron los sacerdotes y militares de los asentamientos de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan, decidieron acabar con el poderío Otomí. Dicen, los amantes de las interpretaciones, que fue una guerra que desmembró a los Otomíes, al grado de disolver su centro político y militar.

Los Otomies huyeron de su ciudad en ruinas, entonces se desperdigaron desde lo que ahora es Querétaro hasta Veracruz, condenados a la marginación. Uno de esos grupos se estableció aquí, en el Valle, lugar seco que trajo dolor y sufrimiento a los que tomaron por cobijo este desierto. A la llegada de los colonizadores sobrevino una etapa brutal de sumisión y contradicciones que los hñañus tuvieron que soportar. De la transformación que hicieron de este paísaje quedan conventos e iglesias en Actopan, Ixmiquilpan, Huichapan y Progreso.

Continuaba con mi relato. Dicen, más interpretes de los archivos, que la gente del Valle del Mezquital  vivió grandes penas, como las que vivieron los de este continente, más o muchas más, podemos imaginar la brutalidad de la imposición de las ideas y el sometimiento del cuerpo ante una ideología lejana para estos pueblos, pueblos de mar y tierra que decantaron en el mestizaje. Me interrumpías y hablabas de ese poder de la trasposición de ideas sobre un pueblo, de eso que sabias tanto por tus estudios sobre el poder.

Seguí contándote algo. Tu mirada cambió. Un grande silencio medió entre nosotros, abriste más los ojos y comenzaste a llorar. Inevitablemente tus cuencas oculares se profundizaron y tus ojos irritados eran parte de tu rostro abotagado, sucedia cuando te contaba esas cosas del abuso de poder. “Para”, me decías. Mis ligeras descripciones sobre eso del sufrimiento humano te ponían sensible y casi, lista, llorabas por mis pláticas impertinentes del pasado.

“Abrazame”, me decías, mientras te alojabas en mi regazo. Entonces te contaba cosas de los ríos, imaginábamos como era aquel paisaje antes de la erupción de tantos  volcanes que formaron el centro del país y mucho antes, cuando estos terrenos estaban bajo el mar somero, millones de años atras. Te hablaba de estupideces como remoción en masa, abanicos aluviales y escarpes, tratando de crear un paisaje imaginario.
Cuando encontrabas algún parecido a los cerros con seres imaginarios, describías animales monstruosamente ridículos, piedras de rio montadas en ancas de rana emplumada, colas de camarón emergiendo con cuerpo del tío poncho, patas de gato con cabeza de gallo tuerto, el bestiario de tu imaginación siempre me causaba grandes carcajadas que no paraban.

El desierto no estaba vacío contigo. El paisaje se poblaba de aquel pasado mistificado. Lleno de tu imaginación y de mi rígida visión del mundo. Supongo que el pasado se dulcificaba con el pulque que bebíamos, con la cerveza agria que encontrábamos en las pequeñas tienditas del Valle. Nuestro Valle se alejaba de los místicos, políticos y activistas sociales. Terminábamos así, riendo, riendo los minutos que eran nuestros y de nadie más.


Diamanda

Me gustó tu sonrisa que todo lo afirmaba y nada negaba. Envuelta en tu profunda juventud te deslizabas ante el mundo con tu luto fétido, tu último amado muerto.  Algo expirabas en tu respirar. Sí, acabaste con él cuando intentaba regresar a tu lado con su novia, regresaba con las dos por una extraña hipótesis que nunca entendiste cabalmente. Jamás pensaste en una separación, siempre lo visualizaste en tu horizonte.

Estaba tan presente su cabello rizado, amplio, muy amplio, contextualizadas por tardes tórridas, esparcidas en aquellos tortuosos días cuando estudiabas en la universidad. Era Rafael aquel personaje que se anunciaba como tu camino eterno, sin siquiera saberlo, era él. Jamás supusiste un rompimiento, tus días eran la cotidianidad de lo no deseado, de una carrera universitaria que terminabas para no-complacerte, él era la afirmación de tu mundo, un mundo lejano que no entendías en su totalidad.

Las ambigüedades te parecieron complejos acertijos. Malditas ambigüedades, por que sí deseaba estar contigo se andaba tirando a otra chava. Cuántas veces detuviste el ritual  sexual llorando para preguntarle si te quería, por qué no la dejaba. Tus días de luto fueron noches de desconsuelo, noches amplias de redes sociales que no paraban hasta que lo encontrabas en el messenger. Te preguntabas y le preguntabas lo mismo, por qué no regresar al viejo tiempo de sonrisas largas y orgasmos exclusivos; él hablaba de confusión y deseo, de tarde de delirio y ruidos complejos.

Todo se rompió cuando una tarde caminabas por el centro de la ciudad. Caminabas con tu hermano, al ver a Rafael te emocionaste, al ver que él tomaba la mano de su otra mujer te colapsaste. Doblaste la cuadra inmediata, antes que se encontraran,  jalando a tu hermano te pusiste a salvo: “¿qué pasa?”, te dijo, “luego te cuento” le alcanzaste a decir. No lo viste más hasta que fueron a buscar a Raquel.
Rafael te enviaba mensajes continuamente. Respondiste uno de sus tantos mensajes. Caías, siempre respondías, lo suponías como una corresponsabilidad, por su preocupación por ti. Para ti, la amistad siempre tuvo un valor superlativo. Era parte de lo que fraguaba este mundo. En cambio yo, no creo en la humanidad ni un poquito. Por eso accediste a tantas proposiciones de tus amigas, amigos, porque era parte de la vida, sin importar transgresión alguna.

Cuando te envió un mensaje Rafael supiste que tenías que amortiguar el dolor de Raquel, ya que él había sido novio y amante de ella, bien podía acompañarte a ver a una amiga en pena, que le hacia la vida imposible un Doctor de pacotilla.  Cuando respondiste al mensaje lo enviaste con una proposición, “Puedes ir conmigo a ver a Raquel”. El fácil con todas las mujeres, aceptó. “El jueves” quedaron, pues los siguientes días eran de conciertos para él, y de descanso para ti.

Te recibió el hermano de Raquel, mediana altura, bien parecido. Ella no se encontraba. Si querías dejar un recado. Se despieron del hermano.  Rafael y tu terminaron en el mismo motel de siempre, Bella Dona, un motel tan estridente como sus pasillos, un motel tan estridente como sus luces neón atrapa putos y putas. Terminaste llorando, terminaste diciéndote que no lo verías más. Te sentías horrible por su confusión, no tanto por su querencia a la otra mujer.
Días después se comunicó contigo Raquel,  agradecía tu visita, que siempre te quería. Que su pasado sería la prueba de su condición humana, de su condición de amistad porque sí. Lloraron un rato, fantasearon con mejores tiempos. Sin pelafustanes, sin amores malditos y sin agostaderos para cerdos. Aquella noche dormiste contenta, dormiste con la suerte de los vivos, con la suerte de los niños que olvidan su presente.


Raquel

Conociste hombre desde pequeña. El placer era tu consigna. Caminabas por el mundo, sin la preocupación vacua de los amores tórridos, de las parejas siempre lacrimosas. De aquellos hombres, a quien recuerdas con agrado, sobresale Moisés, poco tímido, que manejaba con destreza los anticonceptivos. Con gran habilidad podía recetarte desde la pastilla rosa hasta condones con lubricante a base de agua. Moisés tenía su cabello lacio hasta los hombros, amante de los videojuegos, como casi todos los adolescentes en ese momento. Tenía unos ojos verdes que siempre te recordaba ese cenote que visitaste alguna vez con tus padres, por allá en la lejana Yucatán.

Sin embargo, no sólo era Moisés de quién tomaste lo que te correspondía, el placer por el placer. Pasó Jorge, Federico, Alejandro, Pedro, Maximiliano, Christian, Fernando y otros que el tiempo había borrado de tu memoria, incluso sus rostros  se habían borrado de tu recuerdo. Alguna vez cuando estudiabas el primer año en la facultad de economía,   fuiste a una fiesta, al finalizar te encontraste a un tipo que decía conocerte, tu lo dudaste, hasta que en la habitación de un hotel llegó su orgasmo y por unos segundo se quedo sin respiración, entraste en pánico, le diste tremenda cachetada con la que despertó. “¿Estás bien?”, preguntaste, te respondió afirmativamente y recordaste que ya habías pasado una noche con él.

La carrera de economía no resultó como lo esperabas. Decidiste tomar la carrera de medicina, así ayudarías a las personas. Los médicos tienen la fama de promiscuos sin fin. Sus pupilos algo tienen que aprender aparte de los conceptos que solo entienden entre sí, así que te diste a la tarea de experimentar todas las sensaciones orgiásticas con quién se diera, pero fue temporal, se acabaron los galanes de bata blanca, muchos eran unos ñoños declarados. Así que, redireccionaste tus placeres, llegaste a la legión de músicos, desempleados y anexas.
A través de Elmer entrante al mundillo de las bandas de musica de metaleros del norte de la ciudad. Era divertido ese ambiente, esplendidos bacanales que terminaban en Cuernavaca, en Puebla o Tlaxcala. Todo era controlado por ti, tus estudios, los dineros y los amantes. No tenías preferencia por alguno, los que se obstinaban en tener una relación permanente contigo, los detenías en su momento y te burlabas de ellos espetándoles su puerilidad conservadora: “¿Qué pendejo, una nena te da las nalgas y ya te quieres casar con ella?”, pero tolerante les dabas algunos días, semanas y los más afortunados meses, después los sacabas de tu vida sin miramientos.

Entre tanto placer y alguna que otra enfermedad de transmisión sexual, soñabas con cambiar el mundo, visitar serranías para curar a niños, mujeres en situación de riesgo, hablar de las bondades de la medicina, al grito de “un mundo mejor es posible”. Así que cuando pudiste te marchaste a la mixteca oxaqueña. Oaxaca, mistificada por científicos sociales y artistas, es la cuna de gente bragada  que ha soportado desde cientos de años la explotación, exclusión y el desasosiego de su destino. Tu ingreso a la sierra fue el principio del displacer.

El cambio drástico de una vida urbana a la ruralidad misma te trajo una gran cantidad de confusiones que, durante los primeros dos meses trataste de suplir con las visitas a la ciudad de Oaxaca, pero el dinero con que contabas no cubría tus carencias de servicios y comercios que extrañabas. Incluso, los conciertos musicales con tus amistades los extrañaste, toda aquella legión de miembros que consumías mensualmente fueron parte de un pasado glorioso que se difuminaba en esta realidad dolorosa. Así pasabas tus semanas entre niñas embarazadas, golpeadas, violadas, también había cirrosis agudas, mutilación de  extremidades por machete, cefaleas agudas, el largo etcétera te tenía ocupada y disipada.

Conociste a Gervacio, un chico de 17 que aparentaba una edad mayor. Hecho en el campo, Gervacio, contaba con musculos bien desarrollados de las intensas horas de trabajo en el campo. A ti te atraía particularmente su abdomen. Él estaba noviando con Gardenia, con toda seguridad se casaría con ella. Lo conociste cuando llevó a su abuelita a consultarte de sus reumas, había noches en la que no podía pegar un ojo su santa abuelita. Lo conminaste a que la trajera la siguiente semana, pues podrías conseguirle algunas pastillas para el intenso dolor que padecía la señora.

Como se lo pediste, regresó a la siguiente semana. En un descuido le pediste que trajera algo que no encontró de la bodega, cuando intentaste ayudarlo, ya en la bodega te le abalanzaste, él no opuso resistencia. Hubo una segunda ocasión que Germán apareció anocheciendo, dejaste la puerta abierta.  Días después, disminuyeron los casos de embarazos no deseados, las mujeres embarazadas, golpeadas, no así los muchachos que llegaban por golpes de uña que sus esposas bien podían aliviar con fomentos.

La tercera ocasión German te pido casorio, pero, no lograste darle el no definitivo. Gardenia, su novia,  apareció con un grupo de mujeres en la noche, tu regresabas de cenar, al dar vuelta a la calle que daba a tu cuarto recibiste un par de cachetadas que se convirtieron en fuertes golpes, aroma de sangre, polvo y  dolor. Una de ellas te agarro del cabello, jalándote te hizo llegar al escalón, rebotó tu cabeza cual balón. Doña Jovita escucho ruidos en la calle, y vio algo en quicio de la puerta, se acercó y te ayudó a entrar a tu cuarto.

Doña Jovita estaba ahí, limpiándote las heridas. “¿Pues qué hiciste muchacha?, aquí no se meten con los hombres de otras a menos que seas güila”. Te dijo que no te preocuparas, que ella ya había despachado a los enfermos que habían llegado desde temprano a la clínica. Agradeciste el gesto de doña Jovita que por dos días estuvo ahí, regresando a sus casas a las personas enfermas, más hombres que mujeres. Aquellos dos días fueron de largas pláticas, noches de reflexión que terminaron por convencerte que no estabas en el lugar adecuado.

La siguiente semana, aún con moretones comenzaste a atender a tus pacientes. Saliste con algo de temor, pero al final las cosas tuvieron su cauce. Jamás volviste a ver a German y tampoco te expusiste a tener un amante con novia. Las salidas de fin de semana se repitieron, visitabas antros y bares en Oaxaca para encontrar sucedáneos de vida: el ligue, el orgasmo y al final de la noche: el portazo al cuarto del hotelucho.

Después de la golpiza, pediste un cambio de clínica alegando males de la montaña o algo similar como gripe continua, estornudos, etcétera. Te enviaron a la costa. Te despediste de doña Jovita, que fue tu cómplice dos meses después del incidente en la Redonda, el poblado donde estaba la clínica. De ella supiste de sus maridos, de su vida en una ranchería lejana a la Redonda y uno que otro amante bien escondido por temor a las murmuraciones, “nada de meterse con casados” te decía doña Jovita.

Extrañaste la Redonda, cuando reconociste el calor infernar de la clínica en la que te habían reubicado.  El ambiente de la zona donde te habían enviado era más peligroso, sumados los casos de violaciones a mujeres de todas las edades, machetazos, acá también se daban heridos por armas de fuego, una celulita de narcos estaban apropiándose de tierras de algunos terratenientes de este lado de Oaxaca. Supiste que tus días de luchadora social habían terminado, lo tuyo era la ciudad y tus chicos. El placer condicionado de los pueblos retrógrados que se fuera al infierno, esa no era tu lucha.

Esperaste unos meses más, sólo para obtener el documento del servicio social liberado.  El problema  con la Joroba,  el poblado donde se ubicaba la clínica, era que se encontraba a más de 5 horas de Salina Cruz, así que tus incursiones a la ciudad disminuyeron. Tuviste suerte, un grupo de zootecnistas de la universidad de Oaxaca estaban haciendo prácticas de campos por la zona, así que al menos un par de semanas tuviste el placer de cubrir tu vació que se incrementaba.

Hubo también una incursión de trabajadores sociales y una más de antropólogos, que con mucha atención los recibiste amigablemente. Pasaban algunos días en la zona y se marchaban. Aquellas visitas hicieron menos miserable tu vida. Tus pacientes tan sólo eran el principio del displacer al que se acercaba tu vida.

A tu regreso a la ciudad de México, visitaste a tus amigos, en un año se habían dado distintos cambios, algunos se habían jubilado de la vida por sobredosis, otros más habían encontrado el amor de su vida,  los menos afectados se encontraban con sus dosis de lirismo musical y grandes estrategias para organizar su vida. Para ti, ya no fue lo mismo, las cosas cambiaron, tu búsqueda fue otra.

Te ofrecieron quedarte con una plaza en la facultad de Medicina. El Doctor Rigoberto Lara de Ledezma prefirió darle la plaza a un integrante nuevo de la facultad que alguna mafia ya bien constituida. Pues en el futuro, era más fácil quitarle la plaza a un Doctor que no formaba parte de un grupo, que a un grupo de poder bien constituido en la facultad. Así, entraste a la facultad, contenta, enseñando a los jóvenes temas de farmacología. Pero tu búsqueda era otra.

Te acercaste mucho al Doctor Cervantes, él tenía treinta años a lo mucho, una especialidad en oncología, estaba por ascender en el jet-set de la medicina, donde los especialistas son bien recibidos si actúan conforme a intereses bien establecidos.  Alguna vez te invitó un café, extrañamente terminaron en la cama en la tercera cita, en realidad tu no tenías tantas citas en un café con una misma persona. Terminaron en su casa, linda casa bien ubicada en la ciudad. Te impresiono lo culto que era, sus maneras elegantes y sus historias de viajes alrededor del mundo; a él lo cautivó tu cuerpo, tus movimientos corporales y por supuestos tus historias de amantes.

Las primeras semanas después de trabajar en sus respectivas clínicas o clases, paraban en la mansión del Doctor Cervantes. Todas las noches eran amenizadas por tu pasado que desde un principio le horrorizo al Doctor, pero paradójicamente algo le cautivó de tus narraciones,  él te contaba de sus estancias en Roma y Londres, así como de sus múltiples viajes por el mundo, así como de sus adicciones a los viajes en cruceros.

Poco a poco fue violentándose su relación. Tú le increpabas que era frío, él te reprochaba que fueras una puta. Vituperios que se conjugaron con tu embarazo. El día que supiste que esperabas un bebé caminas desamparada por CU. Cerca de rectoría encontraste a Diamanda, tu amiga de preparatoria. De pronto, comenzaste a contarle tu presente sombrío, así que apareció en el tema el Doctor Cervantes, tu embarazo,  capítulos de celos que no eran justificados, pues después de tres semanas de salir con él, nunca más saliste con hombre alguno.

Diamanda te escuchó conmovida. Después de su lejanía por un par de años, se estrecho tu amistad a través de las redes sociales. Aunque no fue tanto como lo habías pensado, pues el Doctor Cervantes tenía un fuerte control de cualquier expresión de afecto hacía cualquier persona, así que te moderaste con el rencuentro.

A tu amiga le contaste el espectáculo que te hizo el Doctor Cervantes después de visitar el Café La Habana, mientras degustabas tu postre, alguien levantó la mano desde una mesa lejana, levantaste la mano por inercia, no recordabas quién era, se acercó, saludándote a ti y al Doctor. Cuando se fue te dejó su teléfono, no recordabas quién era. Hasta la casa el Doctor Cervantes no dijo ni una palabra. Dentro, explotó, te dijo se  si lo estabas viendo, qué si creías que era tu pendejo, qué él suponía que andabas viéndote con tus amantes, qué si él no te cogía bien, el largo etcétera emergio. Todo se torno nublado para tí, fue ese día en que comenzó a llamarte puta. También desde ese día comenzaron los golpes, de esos golpes que dan los proxenetas, sin marca física. Tu calvario se torno un laberinto cuando te descubriste embarazada.

Un día apareció en la casa de tus padres Diamanda con Rafael. Te resististe a verlos, escondida agradeciste su visita, pero él no tenía que verte. El Doctor Cervantes podría saber que ibas a ver a un viejo amante, y te diría muchas obscenidades, imposible de soportar. Era mejor no verlos, no en este momento que el Doctor se había enojado contigo, con tu obsesión en trabajar en tus actividades cotidianas. Le pediste a Pablo, tu hermano, que los despachara, que les dijera que no estabas, que si les interesaba dejar algún mensaje.

Días después te comunicaste con Diamanda, le dijiste que la querías, que no se inquietara, que tan sólo no estabas disponible en ese momento. Y aunque hablaron mucho, sabias que la habías perdías hacía tiempo. Lloraron, hicieron planes de visitar el Cucul, embriagarse con las canciones de Los Caifanes y Fobia, y salir con uno o más tipos para saludar a la noche, al viento y a las cervezas. También prometieron intercambiarían  sus parejas, como alguna vez lo hicieron con Rafael.


Rafael

Flaco, con tu cabello rizado siempre las muchachas tenían cierta debilidad por las maneras en que deslizabas tus dedos por las cuerdas, zumbando esos arpegios de la guitarra, especialmente cuando tocabas esos covers que gustaban desde la década de los noventa, bah, cosas de niños, lo tuyo era el speed metal y hard core. Todo comenzó con Pedro, con él aprendiste  a tocar la guitarra, después vinieron los covers bobos de los Tin Tops y todo ese rock and roll viejito que ya no emociona a estas juventudes, pero que tocabas con una banda para ganarte unas cervezas agrias y el pasaje a la escuela.

Así pasó tu bachillerato, llegaste a estudiar una ingeniería, y el mundo era música y profesores aburridos que solo llegaban a resolver formulas en el salón de clase. De aquella época formaste la banda de Los Corleone, una mezcla entre surff y metal, que nunca lograste entender el porque de la reunión con aquella bola de inadaptados.  Entendías perfectamente que lo tuyo no era el metal en ese momento, pero de eso al surf, algo pasó. Los Corleone estaban presentes en tu mente, porque en esa  época  conociste a Raquel.

Te enamoraste como un estúpido de ella. Sólo que Raquel tenía un plan distinto para ti. Su relación se dio en el plano hedonista que siempre le daba ventaja. Incluso, aceptaste la relación de amantes que te propuso. Su olvido fue lento, tan lento como el proceso de aceptar tocar cosas bobas de los Hermanos Carrión. Fue un tiempo duro para ti. Te acercaste más a Diamanda, esa chica tímida que era amiga de ella, que entrada en confianza era profundamente guarra. Esas dos instancias te volvían loco, especialmente como absorbía tu miembro con su boca, era fascinante.

Pero el amor se acabó entre Diamanda y tu cuando llegó Diana, entallada en sus pantalones negros, lideraba la  banda de las Rotas, un grupo de doom metal que pasaba por una buena etapa en la escena musical del norte de la ciudad. Diamanda no cedió, no se monto en el juego que tuviste con Raquel, en el fondo era tan conservadora que te quería solo para ella, sí, así para ella. Sufriste bastante, con el corazón en tres pedazos, supusiste que la realidad de tus padres era la tuya, tener relaciones separadas con las personas que querías.

Después de meterte unos hongos, tomaste la decisión adecuada. Te quedarías con Diana, echando al olvido a Diamanda y con ella a Raquel, el amor de tu vida. Sin embargo, no siempre se cumplen los plazos del corazón, en ocasiones te llegaba el recuerdo de Raquel, en las emociones que te trasmitía Diamanda. A ambas les enviabas mensajes, siempre respondía Diamanda. Le pedias perdón, le pedias consideración, le pedias amor, le pedias estuviera en tu cama. Ella llegaba cándida, esbelta y con sus pechos desbordado como era, dejándote más vacio. Cuando Diana tocaba con las Rotas generalmente te veías con tu viejo amor, con tus viejos amores.


Quién suscribe

Pensar en tu cuerpo, en ese tono olivaceo. Me quedé con esta angustia. Tan sólo por no enamorarme de ti, me supongo, he traicionado todo principio de corresponsabilidad. Tendré que aprender que lo que alguien me da, no se regresa de la misma manera, ni con la misma emoción, ni con los rasgos de una edad en descomposición.

Estoy por levantar el teléfono para llamarte, para decirte que regreses, que te amaré, que de verdad te amaré. Anda Diamanda, regresa, prometó que mi propio placer se disipará en tu cuerpo, no estaré ausente, mi piel será tuya, así como es, dorada por el sol, horneada por mis tristezas. No puedo aceptar tu argumento de nuestra separación, en ti no veo una amiga, de verás que no, he transitado por días de reflexión, hoy he reconocido la parte medular del asunto.

Todo lo entendí después de permanecer en el Valle, ¿recuerdas?, nuestro Valle, Diamanda. Permanecí acampado en el punto 20°17´37.60” Norte, 99°37´24.22” Oeste, aquí estuve observando el cielo, permanecí observando el cielo Diamanda, Betelgeuse siempre visible me habló de ti, de tu risa que se prolongaba más allá viento, más allá de la vida. Desde este punto tracé una línea imaginaria al sursuroeste donde sé estás, donde me saludas desde tu ventana.

Viendo a Betelgeuse sé que el mundo no es tan bello, no te tengo a ti. Pensar el brillo de esta estrella se trasmuta en esta tierra triste y tan llena de vacío. Acá en el Valle del Mezquital, su pasado es tan confuso como su presente. Cuando me siento aquí, viendo los pliegues de aquel cerro, me llegan esas imágenes cargadas de interpretaciones.  El siglo pasado, con las ambiciones de los proyectos sociales estatales que intentaron aligerar la pobreza, trajeron pleitos a todos los niveles, acumulación de poder en familias y también un número de pobres que sigue creciendo.

Recuerdas Diamanda, crearíamos una organización no gubernamental, tu llevarías las cuentas yo organizaría el resto. Comenzaríamos a trabajar con las comunidades de aquí abajito, de Tepatepec, nos calló bien su gente. ¿Recuerdas la doña que prestó unas bolitas para que te sujetaras el cabello? Nos advirtieron de todos los peligros, “tan chiquitos ustedes, póngase vivos en el cerro”, nada pareció tan peligroso como el autobús que casi nos arrolla.

Recuerdas Diamanda, le pusimos aquellos cerros nuestros nombres, las mascotas serían los pequeños promontorios que se veían ahí abajito. Así, vagaríamos por este valle,  entre sus cerros. Valle  que es la maldición de hñañus, lugar de  todas las miserias, de campesinos y campesinas de cara redonda, llenos de sol.

Regresa, los rayos cansados del sol ya están entrando a mi ventana. Vamos Diamanda, levántate de ahí, no quiero saber que te recomendó tu amiga para acabar en ese estado. Vamos, cabalgaremos a la tarde, sumergiremos nuestras palabras en cerveza. Levántate, dime que olvidarás a Rafael, que observaremos las estrellas de esta época de otoño, vamos, ahí estarán las estrellas todas, saludando nuestra pasión, nuestro amor, ¿dime?, a ¿quién prometeré cuidar ahora?

Comentarios

Entradas populares