…(Estudios -en pasado-)…

La  noche fría
(Fragmento)



A Jorge

Las páginas en blanco siempre fueron tú terror, le contabas a Fanny. Pronto abordaron otro tema. Ella te habló sobre sus obsesiones infantiles, escuchaste. Fanny se echó su bufanda hacia atrás, le recordaste con sus rodillas sangrantes y sus lágrimas rodando por sus pómulos, cuando tenía acaso seis años. Aquella vez que la viste completa, casi al borde del “hacer algo” te vienen a la mente los recuerdos de su fragilidad corporal. “Y cómo vas con tus trámites para África”, le preguntaste. El segundo tarro de cerveza oscura llegó.
                Le espetabas su afición por esa cantina en el centro. Siempre te quejabas por su cerveza agría: “está quemada esta madre”, que ella la anteponia a su botana curtida en vinagre, “me encantan los ajos de este lugar”, decía Fanny. Obviamente le reprochabas lo absurdo, bien pudiste comprarlos y llevarlos a la cantina esa de la Condesa que te encantaba por su cerveza artesanal. Ella se resistia a visitar la Condesa, te argumentaba sobre su presente posmoderno, sus frívolos comercios con altos costos y la gente joven que se sentía exquisita, “me cagas con tus lugares snob´s”. Le propusiste que comprara sus encurtidos y  tú compraras la cerveza artesanal para engullirlos en el Parque Hundido, “no me parece mala idea, sólo que ese pinche parque es peligrosa desde las seis de la tarde –con horario de verano-“ te dice ella tan segura de sí misma.
                Ella te hablaba sobre las próximas noticias de África. Siempre pensaste que era una estupidez viajar hasta aquel lado del mundo para vivir la filantropía, o lo que fuera aquello que tuviera relación con el descubrimiento de la miseria en el continente negro. Jamás se lo cuestionaste frente a frente, esa era una libertad que nunca tomaste con ella. Su amistad estaba en un plano trascendente, las decisiones tomadas correspondían a cada uno, las decisiones que cada quien tomaba no están a disposición del voto mayoritario.
                Mientras regresaban al tema de los ajos y las cervezas llegó lola. Te saludó efusivamente, “satán”, te dijo lola, como desde aquella ocasión que fuiste a despertarlas al departamento de Fanny. Saludó a Fanny, y antes que llegara la primera cerveza,  lola les contó sobre su agenda en la ciudad de  Mérida. Fanny no dejó de mirarla. Tú la observaste, sus gesticulaciones estaban íntimamente ligadas a sus expresiones gramaticales, las cuales te parecian perfectas, de hecho cuando utilizaba algún modismo, parecía que fuera de su propia creación.
                Lola les comentó que sólo estaría un momento. La esperaban al otro lado de la ciudad, allá por el sur. Alberta, su pareja, montaba su octava exposición de pintura. A lola no le gustaban las cuestiones protocolarias de inauguración, así que saltaría ese conocido ritual para llegar noche a la casa, allá por el sur. Conversaron un momento más, toto el gato retraído de lola, se enfermó de sus vías urinarias, ya estaba todo bajo control, él corría por las mañana en su espacio habitacional. Lola se despidió. Más arrumacos. Se fué.
                “Pinche vieja ¿por qué me engañó?” te pregunta Fanny. Le respondiste lo que ya sabían, le hablaste sobre el pasado de lola, su terrible afán por seducir, su obsesión por la pintura  y todas las cosas que dejó a medias. Tú sabias que Fanny figuró como una de las tantas parejas de lola, pero sabias que tú amiga jamás la vio así. Fanny aún echaba chispas en su mirada cuando hablaban de aquel amor de su vida.
                “Guey, ¿por qué no hay música interesante en este pinche congal de cerveza agria?”, le preguntaste a Fanny. Ella levantó sus hombros. Decidieron partir al norte, allá a la sierra, sí aunque sea al borde de la sierra. Tú pensaste que era una buena decisión. Pagan la cuenta, Fanny pide una dotación de ajos en escabeche, mientras corre el video de Henry Lee en las pantallas extraplanas. Esperarón, golpeaban con sus dedos la pequeña mesa de aquella cantina en espera del recibo de consumo.
                Ya afuera, buscaron tú automóvil que quedó por Isabela Católica. Ya estaba ahí el franelero, siempre puntual con su presencia para recibir el pago, platicaste con él. “¿No le pediste su número de celular guey? ¡Vámonos ya!”. En cuanto tomaronn el Eje Central sonó Sugar hiccup de Cocteau Twins.  Muchos mariachis. Algunos invadiendo el segundo o tercer carril. Tomaste la lateral de insurgentes.  Hicieron una parada por más cervezas. Antes de subir por la Sierra de Guadalupe ya sonaba Pearly-Dewdrops' Drops.
 Tanto tú como Fanny recuerdan las largas horas en la casa de su abuelo, allá por la calle de Observatorio, gustaban trepar por Juan C. Doria. Para llegar del callejón a la casa de su abuelo pasaban por cuartos desbastados, con terrazas sucesivas y llegaban a aquel edificio de tres pisos extranjero en aquel paisaje barrial. Ya en la casa donde vivía su abuelo se tiraban en el sofá, veían el televisor, escuchaban música. A partir de aquellos años compartieron música, mucha música lo que les permitió ser unos melómanos contestaríos.
“Te acuerdas de esa”, suena Pink Orange Red, Fanny se acomodó en el sillón, mientras vieron pasar por sus ojos camiones-gruas, pipas e infinidad de equipo pesado para construcción. Recordaste los fríos días en la sórdida Pachuca, el alcoholismo de tú padre, el divorcio tardío de tu madre, tú huida de la ciudad  tan mortífera como tú estancia en Argentina. “¿Te acuerda de la cloca?” te sacó de tus recuerdos Fanny, “pues nada que anda en Santiago de Chile”. Hablan de aquella chica bajita que les conseguía los churros de mota con los guaruras de su papá. Se burlaron incansablemente de ella, se enamoró la cloca de un corredor de bienes raíces en el sur, allá.
Evitaron pasar por el centro de la ciudad, recorrieron su amplia orilla, llegaron a Pachuca al filo de la medianoche. “Sigue sin gustarte pachuz”, te pregunta Fanny. De pronto ella se responde que no tiene nada de bonito, “sigue siendo un rancho”. Del tema de la ciudad pasan a tú familia, a su familia y antes que terminara la canción Heaven or Las Vegas ya estabas tomando una curva y otra más. “Adelante está la desviación”, te dijo ella.

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