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Ficciones I
Flavia, un recuerdo perdido

A Flavia la conocí en la escuela. Recuerdo sus pantalones negros, viejos, muy viejos y esas botas que calzaba, extraño calzado que siempre me ha parecido seductor. Ella no era tan diferente del grueso de mujeres. Incluso siempre me pregunté qué veía en ella. Su cabello largo y lacio era un atractivo que siempre me atrajo. Quizás la atracción que tenía por ella era esa sonrisa que se perdía en la nada. O esa manera de caminar tan despreocupada y ausente de todas mis conjeturas frívolas sobre la humanidad posmoderna.
Siempre le asigné un halo de nostalgia. No lo sé, quizás era por ese presente que siempre guardó: todo un proceso de animadversión con una madre alcohólica. Flavia vivió la abstención de su progenitora que más tarde que temprano se suicidio. Tras la ausencia de su madre, Flavia comenzó a vivir con la familia de su madre, de casa en casa. Su padre alguna vez amenazó con apoyarla con dinero, o algo semejante, pero  ella nunca acepto, no sé cuál fue el motivo.
Flavia me agradaba  porque tendía a cuestionar casi todo,  tenía cierta capacidad para convertir lo coloquial en interesante, podía trabar amistad casi con cualquier persona que llamara su atención. Reconociéndome como un ermitaño, ella era mi catalizador en la ciudad. Algo me hacía intuir que ella contaba con experiencias que yo nunca reconocí, pero estaba seguro que era parte de su ser.
                Al terminar los estudios de bachillerato, regresaba a Pachuca ya fuera por las fiestas con  mis amigos o por reencontrarme con Flavia. Aún recuerdo que alguna de esas ocasiones, al  regresar a la ciudad para verla, me recriminó mi torpeza y me cuestiono mi estado económico. Yo como todo estudiante clasemediero (a la baja) apenas tenía lo justo para solventar mis gastos diarios. El realizar un viaje tan largo implicaba que había utilizado cierta cantidad de dinero que bien pude utilizar en mi comida semanal. En esa ocasión ella me culpó de su pobreza, de su belleza, de su pasado, de su presente, incluso amenazó con culparme por su futuro, pero fue cauta al final, me confesó que estaba  enojada: otro motivo más de su atracción era su sensatez.
                Por supuesto que lo que manteníamos Flavia y yo no era una relación de pareja a distancia, de esas que abundan en la literatura romántica y de esas que ahora surgen como pan ardiente por internet. No, yo creo que Flavia y yo teníamos  una relación de desesperanza. Sí, era común que después de vernos estábamos convencidos de no vernos más. Y no fue hasta que ella me lo dijo, claro, cuando rompió mi corazón en frígidos pedazos. Sí aún  lo recuerdo, como escenario teníamos el jardín de la Escuela de Artes. Vaya tarde, nublada como era común, cuando nos veíamos. Nunca supe el porqué de nuestra separación. Siendo sinceros, aun no sé el porqué de nuestra relación.
                En ocasiones llegaba alguna carta al buzón donde viví por años. Y ella ocasionalmente recibía alguna carta mía. Más tarde supe que ella estudiaba en la misma ciudad que yo. Hubo algunos reencuentros.  Coincidimos,  fueron ocasionales nuestras reuniones. Incluso supe que ella vivía muy cerca de donde yo trabajaba. Las coincidencias tenían casi el carácter de perverso, pues descubrí que una compañera de trabajo rentaba un departamento a Flavia ¡Qué extraña situación!

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