El contrato matrimonial


A Gabs,
el desierto está en los humanos


Todo sucedió en Plaza Calafía. Nunca supe porque la cerveza que tú vendías jamás me supo agria, como la del Tomás o de Doña Lety. Qué decir de las papitas, bien fritas. Lo cierto es que las corridas de toros nunca fueron iguales cuando te fuiste. No recuerdo sí fue con Antonio Lomelín o Pablo el Hermoso cuando me dije a mi mismo: “ya no vendrá”. Por lo que antes que pronto, me fui con tu mejor amiga de aquel antro de mala muerte, para saber donde era tu residencia.

Vivías en el Ejido Ojo de Agua, a un ladito de Maclovio Rojas. Como no pude esperar que el torero se chingara al toro, le grité alguna injuria y corrí a buscarte. Me arrepentí de no conseguir una troca, pues solo dos pinches horas me aventé para llegar aquel extremo doblemente seco. Qué vivías por la calle de las Águilas, aunque todas la calles eran igual de polvorientas. Vi a un cholito que andaba taloneando alguna moneda. “Qué jays”, dijo. Me calló bien el morro, así que no solo le completé para un caguamón completito, también me tomé una agüita mineral.

Me enteré de tu historia familiar, no entendí el enredo de familia de aquel cholito contigo, pero resultaba primo lejano, separado o fronterizo, es algo que no pude definir. Lo cierto es que después de repasar la historia de los abuelos que venían desde los mismísimos Valles Centrales de Oaxaca, lo único que puedo recordar es la retahíla de hijos que tenían distribuida por acá. Tu mamá se llamaba Blanca, de tu padre no se sabe muy bien, algunos dicen que se jué al gabacho, otros que tiraba por Nuevo Laredo.

Lo verdaderamente cierto, es que aquel cholito me calló tan bien, que le invité otro caguamón, en la segunda sesión de confesiones desérticas me contó sobre la vida sexual de sus primos y primas. El que logré retener fue el de Anastasia, la prima más guapa del ejido, a los quince años decidió irse de farra con sus amigos de la preparatoria, al regresar el artur quizo pasarse de vara, así que sin más contemplaciones le asestó una madriza que nomás lo envío al panteón. Eso fue allá por el Rancho Tres Piedras.

El cholito parecía estar más entero que yo, que ya me había chingado una coca cola. Así que decidí invitarle su tercer caguamón, “cómo se suda en el desierto, ¿no loco?”, creo que dijo. Para el tercer caguamón me empezó a contar de su vida sexual, nada grave, algunas violaciones, estupro, que me dijo es normal por usos y costumbres de donde viene. Así que antes que terminara su tercer caguamón, me fui directo a buscarte.

Me recibieron un montón de perros. Luego una señora con un palo de escoba como bastón. “Seño, estará la Rosa”, pregunté, como si te conociera desde hacía tiempo. “No está ahorita, bajó al centro”, asumí que te habías marchado para nunca más volver. Ya te veía atravesando el desierto para llegar con algún amante, novio o pollero. Agradecí, como cualquier fronterizo de fiar y me dirigí con el cholito, pero antes de llegar al lugar de los caguamones, me salió un gordo con botas de pita, una camisola purpura, y uno shorts, “¡Qué vato!”, me ninguneó el morro. “Buscando una amiga vato”, no me amedrente, total el cholito me respaldaba, que viendo me en apuros quizás dijo ahora consigo otro caguamón, llegó rapido.

Así que cuando me hablaba sobre la identidad barrial, sobre principios de ser de la parte más austral de este condenado municipio, el cholito llegó, tirando barrio le explico que era sujeto de crédito en la fonda, así que el vato con finta de vocalista de los Pikadientes de Caborca me dijo: “un guamón, vato”, así que tuve que despacharme con otros caguamones. Yo los acompañé con una tecate.

De pronto me vi blindado por el chingo de cholitos, de las identidades más bizarras que la raza humana hubiera visto. Teníamos al maya, que era Tzotzil que viéndose impedido llegar a California, vagaba por el Ojo de Agua. Estaba el Vikingo, un nórdico con un español impecable que hacía un trabajo de investigación para la Organización Internacional del Trabajo, aunque estaba de incógnito. El morro, un cachanilla cromado por el sol, aunque era más blanco que los rancheros de estos lares. El july, un haitiano que hablaba un creole-frances-español-inglés que estaba de paso, solo de paso. 

El chitón, un sicario de unos de unos 15 años, que tenía un tic nervioso en su pómulo derecho y cada quince minutos repetía: "¿lo cargamos?", decían de él, que era mejor no topárselo después de las diez de la noche, pues como los perros doberman no reconocía dueño alguno, ni el santísimo creador. Así lo atestigua su madre y uno de sus hijos, de los tantos que había procreado. La lola, había pasado la mayor parte de su vida en Perú, pero en búsqueda de su amor del cole, llegó a estos solares comunales. El wicho, un chilango que luego supe, era un sicario pagado por la Unión Tepito, para despacharse a los desertores en esta zona de la frontera.

El vocalista de los Pikadientes de Caborca, un francés que estudió en Harvard con una beca, pero antes de terminar, descubrió que su vida estaba en las periferias malditas de las ciudades fronterizas de América Latina, en esta temporada exploraba las ciudades de México y EUA, después pasaría a Guatemala, con sus compas maras. Pero estaba estancado, por su amor de siempre, la lupe, muerta hacía dos años en la línea fronteriza, cruzaba a uno pollos.

La fauna se extendía a hippies, millenaris, generación X y por supuesta Z, pero todos bien vestidos como la etiqueta cholita. Los más con sus lagrimitas pintadas en sus rostros, de esos que dicen, hablan de las muertes que han provocado, de esas dolorosas. Así era de importante el Ejido Ojo de Agua. Incluso, me enteré días antes de verte el Colegio de la Frontera Norte tenía pensado crear una sede en esta lugar.

La noche llegó, traté de despedirme, pero el vocalista de los Pikadientes de Caborca me dijo: “lo acompaño vato”. Yo acepté, pensando que en cualquier momento llegaría el golpe traidor, pero no sucedió así. Por el contrario me dijo donde encontrar a Rosa, que hacía algo así como su servicio social o algo similar, pues estaba por terminar la carrera técnica de enfermería. Así que agradecí sus aclaraciones, pero antes me recomendó no pararme por ahí nunca más.

Pos´te fui a ver, qué más podía perder además de 10 caguamones que no tiraban ni un pedo. Pues calculé que ya eran como las diez de la noche. Justo cuando tomaba la 5a, apareciste en tu traje de enfermera, ni en las mejores películas pornográficas distribuidas por el poncho vi aquella silueta que tenía frente a mi. Así que te saludé, dudaste en continuar platicando, pero te expliqué rápidamente quién era yo, como había llegado hasta ese lugar. Abriste tus ojos color almendrá un poco más, te invité un café, aceptaste.

Antes de pedir el café me preguntaste si yo no era un dealer, tratante de blancas, enfermo mental o feminicidad, negué todo totalmente. Así que para darte un poco de seguridad te dije que le llamaras a Doña Lety o a tu mejor amiga de aquel antro de perdición llamado Plaza Calafía, sí así te parecía correcto y preguntara por el Hoofman. Así que mientras preparaban tu capuchino y mi café americano, te comunicó con tu amiga. Después de unos minutos que coincidió con la llegada de nuestra comanda, fuiste directa y concreta: “¿Para que soy buena?”

En menos de treinta minutos me hablaste sobre tu proyecto de vida que incluía tu graduación, tu desarrollo profesional como enfermera, dos hijos, un esposo que trabajará a la par, un casamiento como Dios manda, que su pareja no tuviera VIH ni sífilis y por supuesto un capitalito para contribuir a la fiesta del pueblo de allá de los Valles Centrales. Por supuesto que me dejaste boquiabierto, porque mientras yo te buscaba por tu belleza, tu desplegaste el manifiesto social femenino versión fronteriza.

Sin darme tiempo a responder, dejaste la mitad de nuestro consumo en la mesa, me guiñaste el ojo, diciéndome: “si estas de acuerdo, ya sabes donde estoy”. La acompañé a su troca, por lo que puede pensar, que este móvil le facilitaba la llegada desde Ojo de Agua a Plaza Calafia. Una hora de distancia. Cuando te intenté abrir la puerta, me dijiste que tu podías abrir sola. Así que me hice a un lado, y antes que pronto arrancaste.

Aquella noche, fui a destilar mis penas con el poncho, que tenía algo de porno snuff y soft, como novedad dentro de su catálogo, que esas películas se las había mando un contacto de Hong Kong. Así que, en mi etapa romántica me decidí por el soft. La peli como casi todas las porno soft, trataba sobre pura gozadera. Era una morra entrada en sus treinta con una fantasía de esos compas que tienen más músculos en el pecho que las mujeres de tres senos imaginadas por los enfermos colonizadores de estas sagradas y desérticas tierras. Terminaba la película con un suave diálogo en un idioma que no podía definir. El vato aparecía elegante y la morra aún con semen en la boca sonreía.

Después de dos semanas de sopesar tu contrato de matrimonio, he decidido preguntarte que oportunidad tengo para desglosar algunos artículos. Por ejemplo: ¿en cuánto consisten esos dineros enviados a la comunidad de los Valles Centrales de Oaxaca?; ¿sí puede negociarse con un niño y no dos?, ya ves, de adolescentes son unos pingos,  pues en nuestra frontera la condición de pobres implica que los niños o niñas estén expuestos a la venta de órganos, la trata de blancas, al sicariato o el trabajo esclavo, imagina al llegar a la adolescencia, estarán bien enfermos. Sí, también quiero preguntarte, sí ese casamiento se podía concretar después de algún escarceo amoroso que implique mucho sexo y alguna experiencia con alguna amiga o amigo de por ahí, no soy exigente y admiro la diversidad sexual. Claro, quiero preguntarte ¿sí me aceptar como especialista en porno?

En realidad, son los puntos que he estado pensado después de esa declaración tan fuerte, pero tu belleza me idiotiza, espero poder ser coherente con mis dudas, y claro, pueda negociar, de otra manera no sé que podría hacer con todas estas fantasías que tengo para nosotros. ¿Qué me diré cuando mañana sea viejo?, mientras termino de escribir esto, veo como llegas a este negocio, donde ya he pedido tu capuchino. Espero pueda negociar tu propuesta.

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