El Palmoteador de Yuma
Al Este se prolonga una planicie,
entrada al desierto. Lleno de luz se hace uno con el calor de
siempre, de ese Norte con atmósfera inhabitable, lejana en el
sentido más humano del habitar. Ahí estás desierto magro sin
circunloquios, transparente en tu hogaza polvorienta, en sus asidero
de sueños de oro o al menos de plata. Eres este viejo que se
aposenta en ninguna ensoñación y, sin embargo, estás.
Imagino como esta punta
sobre la que observo fue parte de una planicie que con el correr de
miles de años fue elevándose. La Tierra cuenta con 4 500 000 000 de
años, la Península de Yucatán cuenta con una joven edad de 5 000
000 de años. Mientras las tierras de lo que conocemos hoy como
centroamérica emergían en esta última fecha, la Península estaba
al igual surgiendo de las aguas cálidas, que para aquellos años
enfriaba el planeta. Las corrientes marinas permiten que la atmósfera
del planeta pueda mantener diversas temperaturas, para este periodo
geológico las tierras y océanos circundantes a los círculos
polares permitieron un enfriamiento a nivel mundial.
El nacimiento de la Península de
Baja California sobreviene con una modificación fría. Desde este
mirador, dirigiendo la mirada hacía la depresión de Laguna Salada,
se puede sentir el rumor de la Tierra. Las rocas rotas en los
lomeríos que ha dejado el sol, viento y la escasa lluvia que golpea
la superficie de lo que fueron estas grandes capas geológicas.
Respiro el aíre frío de la Sierra Juárez, enfilando al cerro del
centinela. Vas inventando que esta dolorosa mañana se conjuga con
una época en la cual el humano en este continente no aparecía.
El descenso hizo estabilizar su
temperatura, el viento frío y el calor de la planicie provocaron una
extraña inestabilidad que causó un poco de vértigo. Lucas ya
estaba esperándote, lo agarraste durmiendo como berrendo en pleno
invierno. Lo despertaste con algunos golpes en el vidrio. Pronto
tomaron la brecha que los llevaría a la carretera principal a
Mexicali. La ciudad los recibió con su temperatura daña todo, con la
atmósfera incendiándose sin motivo. Quizás este calor seco que
siempre asociaste con Mexicali te llevó al sueño de un desierto
habitable.
Quizás ese sueño me hizo llegar
a Mexicali, la joya del Norte. Pensamiento distante el que me cubre,
ese extremo llamado desierto prolongado por mi imaginario de relieves
altos con humedad ausente; selvas frondosas en el desierto verde de
las selvas del Sur. Quizás llegué buscando la exuberancia en un
lugar seco, sin límites y huraño con los humanos. Qué mayor
exuberancia que los aíres, el viento, esa atmósfera frondosa que no
importa en que región natural se presente nunca se retira. Mi
búsqueda específica consistió en una ave.
El Rallus
longirostris yumanensis es
una ave que habita zonas húmedas cercana al mar donde desemboca
algún río, su extensión de pico de cola puede llegar a 43 cm, no
rebasa 1/4 de kilo de peso. Su ágil vuelo local me llevó a buscarlo
en su zona de vida. Poco estudiado se sabe que habita en la costa
norte del Golfo de California los lugares comprenden Baja California
y Sonora, los estados bisagra para el Mar Bermejo. A esta ave se le
conoce con el nombre del Palmoteador de Yuma.
El
desierto, el Palmoteador de Yuma y las costas del Golfo de California
me adsorbieron al grado de dedicar horas, días y minutos. Mi
investigación estaba financiada durante dos años de observación
junto con sus productos como coloquios, becas para estudiantes,
artículos, algún libro y otros aportes a la comunidad de trabajo.
Las observaciones al Palmoteador de Yuma los podría realizar en la
Ciénega de Santa Clara, El Doctor, Laguna El Indio ubicadas estas en
Sonora, en Baja California están los humedales del Río Hardy un río
que alimenta el Colorado en Baja California. En realidad son una
misma zona geográfica divida por entidades administrativas.
Alberto
me decía que no era más que un biólogo ordinario surgido de la más
rancia tradición taxonómica de esta disciplina. Valoraciones a esta
hora de mi vida, bah. Tan solo sé que se por aquí han surgido los
apoyos suficientes, quizás porque he tejido las suficientes redes de
conocidos, amistades, trabajadores y demás feudo que me acompaña a
partir de mi desempeño como trabajador de un centro de estudios.
Pero ante tanto recorte presupuestal de instituciones benefactoras de
ciencia y tecnología, la cosa se ven muy mal. Las luchas
encarnizadas por recursos dentro de mi habitáculo de investigación
cada día son más agotadoras.
Un
poco o un mucho me aligera salir de campo, estar en contacto con mi
componente, con lo que me conecta, pensemos a esa parte interna de
mi, el desierto. Pero no soy un miope. Conozco a colegas que a sus
cuarenta años la pesadez del campo se vuelve real, ahora con menos
auspicios para becas, apoyas a menos estudiantes, con ello menos
recursos y tu debes de hacer el trabajo, ademas nuestros estudiantes
ya no son los de antes, generalmente te están cuestionando, y algo
que cada vez me inquieta más es aclarar que hay muchas convenciones
en esto que le llaman ciencia, lo que hacemos es algo muy práctico.
Sencillo: el mito de la ciencia como saber universal, es eso... un
mito.
Pero no quiero comenzar con discusiones que tiendan a lo bizantino.
Por eso elegí las riveras del Río Hardy al norte del Golfo. Tuve
dos opciones la Ciénega de Santa Clara o el Hardy. En realidad me
gustan más estos pastos altos sobre el agua, los tulares, aquí los
veo más verdes, el verde en contraste con el desierto me permite
mantenerme aquí. En Santa Clara la mayor cantidad de sal en el suelo
hace que los tulares por épocas tomen un color café, como si
estuvieran maltratados. Además allá siempre hay más turistas, esa
plaga del siglo XXI. Pero bueno, no fue complicado justificar mi
estancia en un lugar u otro.
La estancia me fue facilitada por Alfonso a quién conocí la primera
vez que llegué a Mexicali. Vivía en uno de esa cantidad de ejidos
salpicados al Sur de Mexicali, se llama Estación Coahuila, muy cerca
del estadio de béisbol Fatuo Rubio. Lo contacte después de una
búsqueda por internet vía blogs, videos, paginas de aficionados a
aves. Me interesaba que Alfonso fuera genuino y que yo pudiera andar
en esos senderos de arena y sal con un respaldo que no me recordará
en lo absoluto el trabajo de otros colegas, él estaba muy lejos de
la pervertida academia, así que así fue como lo conocí, en el
tendejón de Sebas.
“¿Quiere un refresco me dijo?” Antes de contestar ya teníamos
una bolsa de plástico con un six de cerveza Tecate en las manos,
caminando a no se que parte de aquel inhóspito ejido. Nos colocamos
en algún sombra hecha en el patio de su casa. Le comenté sobre mis
intenciones, sobre el pago del día, los aditamentos, los días de
sol que el conocía. Nada me objetó, solo dijo “salud” y antes
que me invitará algo de comida China tomamos las cervezas restantes.
Aquella visita fue al día siguiente de visitar a Eunicio.
No bien recuerdo el día que llegué a visitar a Eunicio Alvarez,
soplaba un viento congelado, esa pinche corriente marina de Alaska
que se transforma en la Californiana, siempre arrastra su aliento
frío desde el mismísimo círculo polar ártico. Pero no me amilanó,
estaba frente a su monitor manejando algunos datos para unos mapas
que le pedía de su alma mater en Barcelona. Así que lo salve por un
momento de sus estupideces cartográficas, no le dio mucho emoción
pues acababa de conversar con una colega que estudiaría no sé que
factor genético de no sé que mamífero marino por aquellas zonas
áridas. Por lo que atrasaba su trabajo más de lo pensado.
Me comentó que el sábado irían a hacer un recorrido por la costa
donde posiblemente podría ella hacer un muestreo, pero que en la
noche llegaría su esposa polaca y era una celosa de lo peor, así
que accedí a acompañarle sin mayor problema. Total. Pregunte sobre
algún informante para mi trabajo sobre el Palmoteador de Yuma, me
dijo que conocía a dos personas, pero que otros de sus colegas
podrían ofrecerme accesibilidad a distintos lugares de la zona. Así
que no insistí, de cualquier manera ya había elegido a Alfonso. Me
despedí para que realizará sus insensatos llenados de cuadros para
hacer mapas.
El sábado en que acordamos vernos regresé a Ensenada, pues me
establecí en Tijuana como el centro de operaciones para contactar a
colegas y demás personal para ir acordando el trabajo de campo,
posteriormente me mudaría a Mexicali. La mañana por la costera
parecía inmensa, solo la dañó algún altercado entre los militares
que estaban en un reten militar al parecer unos narcos que haciendo
gala de su ostentación no pararon, así que solo atropellaron a 3
militares saliendo a toda carrera con su pesado armamento, pero
bueno, información condensada en unos 15 minutos de platica con el
pescador que no podía llegar a Ensenada por la obstrucción
momentánea de la carretera.
Solo tuve un retraso de media hora, con todo y percance. Llegamos al
hotel donde se hospedaba Mirna. En el vestíbulo vi como bajaba con
sus botas de exploradora ultralimpias, su sonrisa de confianza con un
pantalón carguero que parecía de última moda con una playera de
WWF rezando “Salvemos al Lobo Marino”, con unos lentes para el
sol de esos que decían Gussi en una de sus patas muy cerca de la
bisagra. Su proselitismo clasemediero me pareció simpático, sus
rasgos físicos me recordaban a una mujer en la toma de Zacatecas de
Pancho Villa, vista en una de las fotografías de los Casasola.
Ella contaba con treinta y ocho años de edad pero lucía con menos
diez, esbelta, con una seguridad al caminar que bien podría decir
que retaba al sol, al viento y por supuesto al desierto. No sé
porque a partir de ese momento la asociaba con las mujeres serís de
las que hablaban en las crónicas del siglo XVII, aquellas mujeres
que corrían con brazos, antebrazos y manos pegadas a los flancos,
rectas, incansables incluso cuando caían, eran grandes columnas del
desierto que alcanzaba el cielo sin ningún mohín de bajeza. Pero
algo en ella me hizo dudar que provenía del Noroeste de México.
Las mujeres decidieron desayunar en algún lugar de comida integrar,
con la suficiente fibra, proteínas y minerales necesarios para
resistir la mañana con una osadía gourmet inquebrantable.
Inmediatamente ellas tramaron una extraña comunicación de
competencia donde una a una facilitaban sus debidos contactos creados
en el mágico mundo de la academia. Al termino del desayuno nos
dirigimos al Sauzal una comunidad al norte de Ensenada, ahí Eunicio
presentó a varias personas a Mirna, llegaron a algunos acuerdos.
Comimos algunas cosas maravillosas del mar que cocino doña Martina.
Antes de partir a Ensenada accedimos a un mirador donde se podría
apreciar la Isla de Todos Santos antes que el sol desapareciera
frente a nuestros ojos.
En algún momento coincidí con Mirna en la camioneta, al tomar mi
mochila abierta se desparramaron algunas cosas entre ellas mi
cuaderno de poesía. Mirna se inclinó para facilitármelo, antes
miró un poco el cuaderno que había caído abierto, me preguntó si
yo escribía. Tuve que responder que en ocasiones, no siempre, de
hecho tenía cerca de dos semanas que no podía pegar una idea
coherente en estos paisajes desérticos. Pareció que ella comenzó a
tener más atenciones sobre mis acciones, no importará cuan
incoherentes o erradas fueran.
Aquel pesado día se terminó cuando entrada la noche dejamos a Mirna
en su hotel, me invitó a desayunar al día siguiente, antes que
abordar su avió a la Ciudad de México. Fue la primera despedida de
muchas otras que se sumarían al desierto y a la nostalgia de su
vuelta. Cuando Alberto me dejó en mi hotel no dejó de hacer chistes
respecto a mi ligue chilango, sin percatarme en sus sandeces me
dirigí directo a la regadera para refrescarme, al salir del
sanitario decidí no saber nada del mundo.
Desayunamos en el hotel en que se hospedaba Mirna. Como si no le
importará que llevara horas de desvelo, supe en menos de dos horas
que duro nuestro desayuno con café sus planes en la vida, su paso de
la licenciatura al posdoctorado, sus esperanzas y su conflictiva
estancia en su alma mater por la política universitaria. Poco tiempo
tuve para hablar de mi. Pero no importaba, o supongo, no importaba,
ella tenía una idea clara en relación a lo que yo pudiera esperar.
Nuestra relación Ensenada-Tijuana-Mexicali-Ciudad de México fue lo
más insano de mi estancia en el desierto. El Norte entonces tuvo una
relación distinta conmigo. Después de vernos dos veces en un mes,
sabíamos que terminaríamos mal. Ella sonreía en su lenguaje pulcro
y limitado por su condición clase mediera, tan interminable de
clichés y deseos insatisfechos. Me enamoré como un tonto de aquella
mujer que conecto la poesía con gente de fiar, bien a bien ahora que
reflexiono no me interesa saber como fue ese vinculo.
Con el paso del tiempo donde hubo muy poco sexo y comidas gourmet
hasta el hartazgo, reconocí su papel controlador y concentrador de
información. Yo perdido en mi condición de enamorado había
aceptado vivir en Tijuana, pues ella no soportaba deslizarse a las
riveras del Hardy. Resulto ser una linda niña que había parado en
la frontera porque nadie había aceptado llegar hasta acá, por su
poca antigüedad en el gremio a ella le toco el viaje. Todos en el
proyecto de investigación estaban ocupados, incluso el tipo con el
que salio un par de meses y era como su guía, su compinche y su
amante de cine por épocas. Supongo que también incluía poco sexo.
El segundo mes cuando trataba de establecer que sucedía con mi etapa
de enamoramiento y el Palmoteador de Yuma algo sucedió. Una
obstinada idea de dirigirme a la ciudad de México cundió en mi. Así
que me aventuré. Puse al tanto a Alfonso que tendría unos días de
descanso con paga incluida hasta nuevo aviso. El solo tuvo el gesto
de invitarme otros refrescos, aquel día hablamos del amor, la
repartición de ejidos en este lugar del mundo y su Lucrecia,
sexoservidora a quien tenía más fe que a la santísima Virgen de
Guadalupe.
Cuando llegué a la ciudad de México, era madrugada aún. Esperé
una horas para dirigirme a la casa de Mirna. Cuando llegué decidí
no tocar, entré, la chapa estaba abierta, había aromas a incienso y
cánticos que provenía del cuarto grande que funcionaba como
gimnasio y bodega a la vez. Para acceder al él tenía que pasar por
un pequeño espacio donde se podía ver hacia el cuarto grande. Vi
personas envueltas en cobijas, cobertores, sarapes, bolsas de
dormir, una persona en lo que parecía el punto de unión entre los
humanos. En mi estancia detrás de la ventana trataba de observar
donde estaba Mirna, logré verla cerca de un par de bultos que
parecían cuerpos humanos. Había cantos, gente que se levantaba para
pedir una bebida, orando algo frente a la persona que parecía como
un líder, un chaman, quizás. Desde esa distancia escuche llantos,
gritos, alguna oración extraviada.
Me pareció mala idea estar ahí, así que decidí salir, siguiendo
el mismo camino que había tomado. Alfonso me dijo que sabía que no
permanecería mucho tiempo en la ciudad de México, antes que pudiera
responder me habló de su Lucrecia. A partir de ese momento, parece
que todos sabrían de mi futuro menos yo. Me dedique en cuerpo y alma
a colocar, trampas, observación y a rastrear el Palmoteador de Yuma,
cuando reconocí que algo grande venía en esas tres se semanas de
observación, recibí la llamada de Mirna.
El amor se desvaneció. Simplemente se desvaneció. A mi llegada a
Tijuana algo me sobresaltó, la tardanza de mis observaciones sobre
el pájaro que estudiaba. Por lo que todas las promesas absurdas de
afectos y amor romántico se fue por el afluente del Hardy. La
ausencia de Mirna ayudó a no esperar nada más. Así que seguí en
lo propio.
Llegó con una estudiante, su relación era un extraño vínculo
esclavo-amo. Estaba enfundada en su playera “Salvemos al lobo
marino”. Tenían que recoger muestras de mamíferos. Nos reunimos
en Tijuana en la noche. Me comentó que había encerrado a Dulce, la
becaria que la acompañaba pues temía se le escapara. No pregunté
por su conducta. Mientras cenábamos la plática se deslizó entre
muestras de observación, ausencias y demás minucias.
Cuando llegamos a su hotel no paró de hablar sobre la visita que
hizo mi nagual a la ciudad de México, preguntándome sí quería
hacerle un mal. En realidad no sabía de que me hablaba, algo
recuerdo de los libros de Carlos Castaneda sobre los Relatos de Don
Juan y anexas sobre el nagual, pero fuera de esas fuentes de
adolescencia, no había ni lecturas antropológicas que me pudieran
hablar sobre esos seres. Así que la noche se cerró con un sórdido
coito que no se repitió hasta entrado noviembre.
Mirna visitó un par de veces el Norte, de vivir juntos en Tijuana ya
no se habló. Me concentré en mis estudios sobre el Palmoteador de
Yuma, el proyecto había atraído la atención de unos colegas
alemanes que decían la metodología de observación era novedosa, no
quise contradecirles, eso me facilitó algunas invitaciones a algunas
universidades al sur de ese país y otros recursos para
investigaciones posteriores.
Mirna apareció en noviembre. Esa noche también hubo un coito frío.
Decidió no verme más. En realidad decidimos no vernos más.
Insistía sobre el acoso de mi nagual sobre ella, que sus noches eran
pesadas, sus días de un cansancio atroz por el puma que la seguía
sin cesar. En realidad no sabía de que hablaba, le comenté que si
deseaba no vernos más, solo tenía que decirlo, no inventarme
historias oscuras sobre seres persiguiéndole.
Dejamos de vernos. Meses después vi a Dulce comprando algunos
alimentos en un Ley. La saludé cruzamos algunas palabras que
entraban en el plano de lo intrascendente. Antes de la despedida
pregunté sobre Mirna “¿Es qué no lo sabes?”, me dijo. Sin
responder, me espetó el fin que había tenido, “...me llamó cerca
de las dos de la mañana, me comentó que iba por el periférico sur,
huía de un un puma o pantera, alguno de los seres sobrenaturales
que decía tener cerca, colgándome. Al día siguiente supe se había
estrellado”. Me vino a la cabeza el Palmoteador de Yuma. Nos
despedimos.
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