Tres instantáneas. Apuntes de viaje



Para Alexander,
cosmonauta continental

Villa Gessel

Miraste con tu alargada y deseosa mirada. Amaneció, el viaje con tu tía se diversifico en aquel asentamiento apenas fundado en 1940. Decidiste caminar a la playa. Ahí el Atlántico, libre, abierto, nublado de “pi” a “pa”. Una zona de dunas que se naturalizo a partir de distribuir pinaceas, árboles agrestes surcando la costa.

La arena elevada en pequeños montículos se corona con un gran número de construcciones, con un estilo arquitectónico bien definido, chalet´s, edificios de la década de los ochenta, con los nunca faltantes edificios de autoconstrucción.

Está de aquel lado la rambla, ese camino de madera que se extiende en la orilla de la playa. Un pentagrama con notas para un gran acordeón expandiéndose entre el mar y la ciudad. Sonríes, alargas nuevamente tu mirada a África, pero un obstinado horizonte nublado posa en el paisaje.

Buenos Aíres

El otoño en esta ciudad tiene la cualidad de lo extraño, siempre te lleva a establecer un idioma con humedad del Atlántico. Es un otoño rojizo, con sus calles opacas de un café moteado. Caminar por su guarniciones tiene la cualidad de la añoranza, esa que te abandona cuando crujen las hojas, abonando los sonidos viejos, esos que llegan desde la desembocadura del Río de la Plata.

Esta lluvia enmohecida moja con una extraña bendición, con la lentitud de una Argentina poblada a golpes de graves esfuerzos. Sonríes. Un amplio territorio guardado en tu mano izquierda se expande al sur de la capital. Sigue lloviendo, miras al este, te sabes lejano de ese gran esfuerzo que es el navegar.

Recorrer Palermo, las calles hechas con los ojos de Borges, con el énfasis de un pasado que tiró a la Argentina desde antes de la dolarización. Sus calles figurando adoquines rematan con sus esquinas sin esquinas, esos chaflanes que se antojan tan otros, tan del barrio. Sus edificios de dos planta se conjugan con sus reminiscencias neoclásicas, sus persianas cubriendo ese sol que es tuyo.

Zúrich

Limmat surca el relieve para hacer nacer a Zürisee. El glacial que alimenta el mundo de esta país caucásico viene descendiendo. Es la cercana tierra de la gran felicidad blanca, nieve que se desdibuja al llegar la primavera. Sólo ese sueño cubre su pasado oscuro, donde se encubre al Tercer Reich, ese lavado de dinero de la riqueza del pueblo judío.

Sentado, viendo pasar la primavera fenece el horizonte, destellos del sol opacos al recuerdo, Zúrich frío, crudo con sus días nublados. Recuerdas para el paisaje, rezas un cuento, cantas surcando este lago ahorcado por sus montañas.

Esperas el día, espera la tarde que te llevará a la vieja península Helena. Zúrich se engalana con tus festivas amistades, la ciudad la llevas como un guante bello al pensarla lejana, ausente casi tan próximo a un ensueño. Sonríes.

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